UELE uno ponerse en manos de la Providencia cuando siente que la solución a lo que le amenaza no está en su mano. Es parte de la condición humana confiar en una voluntad ajena para solventar nuestros problemas y no desaparece de nuestro ADN por mucho que el conocimiento evolucione y nos permita resolver cada vez más cuitas con soluciones propias, técnicas o intelectuales. A Dios rogando y con el mazo dando, dice la sabiduría popular pero, si aparcamos el mazo por comodidad, temor, desconfianza o por pura irresponsabilidad nuestras soluciones quedan en manos del milagro. Ejemplos.

La crisis ambiental global por la destrucción de recursos y la contaminación. Rogamos una solución mágica que, de la noche a la mañana, cambie el paradigma pero llevamos décadas dejándolo para más adelante porque quienes más consumimos y contaminamos tenemos satisfecha nuestra comodidad inmediata con un modelo insostenible. Queremos no depender de los hidrocarburos ni las nucleares pero no queremos la incomodidad, incluso visual, de las renovables en nuestro paisaje. Y, sobre todo, no queremos consumir menos energía aunque un gran impacto de nuestra huella ecológica llegue de actividades no esenciales, de ocio.

Vamos a la rabiosa actualidad de Ucrania y Rusia. No a la guerra, no a las armas, no al dolor, no a la injusticia, no al éxodo humano. Sí a los derechos humanos, sí a la libre decisión individual y colectiva, sí a la convivencia. Las condiciones para propiciar esa Arcadia feliz no se crean por el milagro, sino por el mazo. Empuñarlo y ponerse a trabajar con él es mucho más costoso que reclamar que las cosas cambien por pura fe o dogmatismo. Ya saben, aquello del monje que alecciona a sus hermanos: "Ha dicho el padre prior que bajemos a la huerta, que cavéis y que subamos a comer". O cavamos todos o no comemos ninguno.