La espera que no cesa
SCRIBIÓ Pablo Neruda que las memorias del poeta nos entregan "una galería de fantasmas sacudidos por el fuego y la sombra de su época", pues "no vive en sí mismo, sino que vive la vida de los otros."
Neruda acierta, como pude comprobar cuando tenía trece años. Por mucho que, como cualquier niño admirara a mi padre, lo último que hubiera pensado era que conocía personalmente a aquel chileno, nuevo premio Nobel de Literatura de 1971.
Por ello se me quedó grabado su comentario en la terraza del desaparecido bar Ontegui, junto a la bilbaina plaza Elíptica y al palacio Chávarri, una mañana de un domingo a finales de octubre de 1971, después de misa de Agustinos.
Como de costumbre, mi madre había comprado en el kiosco de Gran Vía 38 el ABC y otro diario. Nos sentamos para tomar el vermut en la terraza del Ontegui, y como tantas otras veces, a nuestro lado se puso un caballero solitario de pelo blanco, traje claro y sombrero, con suave acento mexicano, llamado Tomás Mendirichaga. Tenía por costumbre pedir prestado uno de los diarios mientras mis padres conversaban, y, si podía, aprovechaba para pegar la hebra con cualquier tema. Como mamá hojeaba el ABC, Mendirichaga le pidió si por favor le dejaba el otro periódico.
Nada más ver la portada, Mendirichaga comentó, enarbolándola indignado como prueba de algún hecho nefando: "¡Le han dado el Nobel de Literatura a un chileno ateo y comunista!".
A mi padre, aquel hombre de maneras suaves le ponía nervioso, y entró al trapo: "Cuando yo le conocí en Madrid en 1936, comunista precisamente no me pareció". Para evitar abrir debate con Mendirichaga, mi madre cerró el tema: "En todo caso, es un poeta extraordinario". Ella seguramente le había leído. Mendirichaga creo que no y optó por callar y leer el diario. Y seguimos tranquilamente tomando el vermut.
Nada más llegar a casa, pedí a mi padre que me contara cómo conoció a un escritor tan famoso. Mi padre me explicó que en los años treinta su primo carnal Pablo Gardizabal y Aldecoa, del que yo hasta entonces nada sabía, fue uno de los mejores luchadores españoles de un tipo de lucha libre americana entonces de moda y conocida como Catch as catch can, una variedad espectacular con pasos y llaves previamente acordados entre los contendientes para evitar causarse lesiones graves. Gardizabal fue conocido como el Tarzán vasco.
Más joven que mi padre y nacido en Algorta, Pablo se había formado deportivamente en Chile y Argentina, y dadas sus facultades físicas extraordinarias, decidió probar suerte en el Catch. Mi padre tenía mucho trato con él y como era también muy fuerte, incluso a veces le servía de sparring en sus entrenamientos.
En 1936 Pablo tuvo peleas en Bilbao, donde se proclamó campeón de España, en Barcelona y Madrid, donde solía tener sus combates en veladas nocturnas del circo Price.
Semana y media antes de comenzar la guerra, Pablo sufrió una lesión y, debido a ella, en la velada estelar de Catch del Price la noche del sábado 18 de julio de 1936, acudió como espectador acompañado de mi padre.
Aquella noche los dos combates estelares eran Karsic, la pantera yugoeslava, contra Siki, campeón del mundo de raza negra y Brendel, el tigre americano, contra el alemán Koch, Como siempre Pablo y mi padre, charlaron un rato con el animador-locutor-árbitro de la velada, el chileno Bobby Deglané, que les comentó que tenía invitados y les pidió que por favor los atendieran.
Esa misma mañana, Deglané tuvo que hacer una gestión urgente en el Consulado de Chile, y para agradecer que le atendieran pese a ser sábado, había regalado entradas para la velada de Catch a un poeta chileno apellidado Neruda, un hombretón de tez aceitunada y grandes ojos, que era entonces el Cónsul de Chile en Madrid y a un tal Miguel Hernández que le acompañaba. Neruda había pedido también entrada para un amigo ausente, el poeta Federico García Lorca. No sabía si podría llegar a tiempo para la función, pero lo intentaría. Por lo que dijo, estaba en Granada el día anterior.
A mi padre Neruda le pareció un hombre de mundo, viajado, educado, orondo, y muy pendiente de las señoras, vamos, un bon vivant, en nada parecido a los casi ascéticos revolucionarios marxistas que pululaban por Madrid. "Si luego se ha hecho comunista, será porque le ha convenido. No lo sé". Según mi padre, como espectáculo, la noche fue un éxito. Pero la gente estaba muy preocupada por las noticias inquietantes que llegaban de Marruecos, entre ellos Deglané. Aquella fue la última noche normal en Madrid antes que se desatara el infierno.
Naturalmente, el lunes presumí en el colegio de que mi padre conocía a Pablo Neruda y, como era predecible, nadie me creyó.
Pasaron un par de años hasta que volví oír a papá hablar de Pablo Neruda. El poeta había muerto hacía poco y se acababan de publicar en España sus memorias bajo el título Confieso que he vivido.
Un compañero de trabajo de mi padre, que le tenía oído que había conocido al locutor Bobby Deglané en Madrid al comienzo de la Guerra Civil y que había asistido a combates de Catch en el Price, le dejó el libro para conocer su opinión sobre la cita de Neruda sobre el asunto.
Esa tarde, como tenía por costumbre mi padre, cogió el libro y de pie, apoyado en el aparador de casa, comenzó a leer el capítulo que le había señalado su compañero. Poco a poco su cara fue marcando un gesto de tristeza. Quizás la descripción de Neruda le traía recuerdos de aquel tiempo tan duro para él, pues vivió la guerra en Madrid y Barcelona y vio morir a mucha gente, familiares incluidos. Cuando acabó, dijo: "Se equivoca con la fecha, no fue el domingo 19, sino el sábado 18 de julio y ha olvidado quiénes combatieron aquella noche. Es normal, han pasado casi cuarenta años".
Luego, guardó silencio, así que le pedí que me dejara leer el texto. La prosa me pareció inigualable. Describía sus recuerdos dándoles nueva vida:
"Todo empezó para mí la noche del 19 de julio de 1936. Un chileno simpático y aventurero, llamado Bobby Deglané, era empresario de catch-as-can en el gran circo Price de Madrid. Le manifesté mis reservas sobre la seriedad de ese deporte, y él me convenció de que fuera al circo, junto con García Lorca, a verificar la autenticidad del espectáculo. Convencí a Federico y quedamos en encontrarnos allí a una hora convenida. Pasaríamos el rato viendo las truculencias del Troglodita Enmascarado, del Estrangulador Abisinio y del Orangután Siniestro".
"Federico faltó a la cita. Ya iba camino de su muerte. Ya nunca más nos vimos. Su cita era con otros estranguladores. Y de ese modo la guerra de España, que cambió mi poesía, comenzó para mí con la desaparición de un poeta".
Cuando acabé, mi padre me apuntó: "Es un gran escritor, hace sentir aquella noche como uno momento estelar de la humanidad".
"Pero calla algo: hubiera sido muy raro que Federico García Lorca dejara Granada precisamente aquel día. No solo se tardaba doce horas en tren a Madrid, sino que el 18 de julio se celebra San Federico. Así que Lorca estaba justo ese día festejando con los suyos su Santo. Algo que se entonces se celebraba más que el cumpleaños".
Con el tiempo, he releído varias veces las maravillosas memorias de Neruda, cuya prosa castellana crea mundos a partir de recuerdos nebulosos.
Como el poeta escribe en su prólogo: "De cuanto he dejado escrito en estas páginas se desprenderán siempre -como las arboledas de otoño y en el tiempo de las viñas- las hojas amarillas que van a morir y las uvas que revivirán el vino sagrado".
En la memoria poética de Neruda, Federico seguirá eternamente siendo esperado en el Price aquella noche, aunque no tuviera intención de ir a Madrid. Neruda creó como ofrenda a su amigo asesinado, quizás un último y oculto poema en prosa: "La espera que no cesa". * Apoderado de las Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019