ANNAH Arendt es considerada como la teórica de la banalidad del mal. Fue una víctima del antisemitismo nazi y ha sabido muy bien qué significa no tener patria, lo que también le ha ayudado en su reflexión. Cuando The New Yorker encargó a Hannah Arendt que realizara una crónica del juicio a Adolf Eihman, el responsable de la deportación de judíos y de la organización de campos de concentración nazis, escribió Eichman en Jerusalén un texto convertido en ensayo para demostrar que este hombre no era una figura demoníaca sino que encarnaba la ausencia de pensamiento, preguntar por qué una persona que no parece malvada puede contribuir al horror, y por qué un determinado concepto de sumisión a la autoridad puede convertir a una persona normal y corriente en un verdugo.
Lo que marca su pensamiento es que personas que se consideran con un comportamiento personal aceptable, incluso sin fuertes planteamientos ideológicos, puedan facilitar o contribuir a que siga adelante algo aterrador. Y, aunque nos alejemos de aquellos sucesos deplorables del pasado siglo XX, no está de más tener en cuenta, para la actualidad, algunas de las reflexiones que tales hechos propiciaron. Y es que a uno le llama la atención la cantidad de personas que están opinando, en conversaciones y en redes sociales, sobre la posibilidad de una guerra en Ucrania, pero puede servir para otras cuestiones, como la inmigración, o el hambre en el mundo, con planteamientos sumisos a consignas, o a posicionamientos de grupo, con gran insensibilidad humana, a pesar de los datos conocidos; y en el caso de Ucrania no tiemblan ante la posibilidad de que la guerra sea una trágica realidad.
Analistas y estrategas de variadas "insensibilidades" realizan observaciones sobre las causas y consecuencias de situaciones que pueden alterar los fríos mapas trazados en torno a determinadas fronteras. Sus conocimientos salen a relucir en los medios de comunicación y sirven para asesorar a quienes toman grandes decisiones al respecto. E intentan que esos fríos conocimientos sirvan a su ideología, que a veces no es algo más que sus intereses económicos, pero no ejercitan un pensamiento que, como indica Arendt, lleva a las personas a juzgar las propias acciones. Así, entre eminencias del conocimiento, grandes asesorías técnicas, e innumerables personas que no practican ni el conocimiento ni el pensamiento, nos podemos dejar llevar pasivamente hacia escenarios horribles, y eso que en los no-diálogos habituales en torno a la posible guerra de Ucrania, no se están poniendo sobre la palestra las armas nucleares. ¡Menudo consuelo!
Ya es una tragedia, y un símbolo de la banalidad del mal, el hecho de que aceptemos que los estados dediquen enormes cantidades de dinero a los presupuestos del denominado "ministerio de defensa", y que las potentes empresas de armamento influyan en el permanente estado de alarma frente al enemigo para facilitar sus beneficios, porque las armas no se venden si no hay guerras. Entre tantas frases de todo tipo que aparecen en redes sociales, me quedo con la siguiente: "Antes las armas se fabricaban cuando había una guerra, hoy se fabrican guerras para vender armas".
Cuando las empresas de seguridad inoculan el miedo al robo o a la agresión para vender cámaras en las viviendas, están inoculando dosis de miedo en la ciudadanía, al igual que determinadas informaciones se magnifican, e incluso se inventan, para que la ciudadanía se ponga a favor de la "defensa" contra el enemigo.
Todavía se sigue recordando que fueron muchas las personas que en Alemania se comportaron de forma acrítica ante un poder inmenso que prescindía de los valores humanos. Había grupos dogmáticos que eran supremacistas declarados, y una gran masa que terminaba adaptándose a la situación. También es preciso recordar que en el contexto de guerra se aceptaron otros exterminios, bombardeos masivos sobre ciudades y bombas nucleares.
Las guerras son el ámbito más favorable para amodorrar la conciencia crítica y simplificar los problemas en torno a filias y fobias que banalizan los innumerables horrores cometidos. Y todo ello sin olvidar los excesos de violencia que consumimos constantemente en series y películas justificando que, ¿gracias? a las armas, utilizadas en su máximo esplendor, se ha podido dominar la injusticia, dejando a un lado, en demasiadas ocasiones, que uno de los principios de la justicia es la protección de los derechos humanos, incluso de "los malos".
De mirar hacia otro lado ante los horrores de algunos males de la humanidad podemos pasar a una acción política y ciudadana que reivindica la fiesta como libertad política, y considera que pulsar "me gusta" o "no me gusta" es ya un sistema participativo, y hasta el sí o el no a la guerra, especialmente cuando ni siquiera tiene raíces profundas, es una forma más de golpear el vaso con el hielo al tomarse algo.
En este contexto, no parece que es banal el hecho de que Alemania contribuya con el envío de cascos, solo de cascos, a Ucrania. Sabemos que la situación es más compleja, que también está en juego el gas y otros intercambios comerciales sobre los que nos informa el conocimiento cuando se dedica a hacer un análisis de la situación, pero si el pensamiento se queda observando el símbolo del envío de cascos, y el porqué de ese símbolo, aún puede verse tras él, en la memoria colectiva, el horror que nos deja la historia. Lo preocupante es que sigamos observando escenas de sufrimiento, más allá del holocausto, desde la butaca de casa, como si se tratase de una serie más de las que comentamos en nuestros círculos cercanos.
La desaprobación por la sangre vertida inútilmente es uno de los principios que guiaba a otra filósofa, Simone Weil, a denunciar las atrocidades de la guerra, después de haberla conocido de primera mano: "Cuando se sabe que es posible matar sin arriesgarse a un castigo ni reprobación, se mata; o al menos se rodea de sonrisas alentadoras a aquellos que matan (...) Se parte como voluntario, con ideas de sacrificio, y se cae en una guerra que se parece a una guerra de mercenarios, con muchas crueldades de más, y el sentido del respeto debido al enemigo, de menos".
Somos capaces de construir presas, edificios, Internet, salir al espacio exterior, resolver problemas muy complejos, pero no sabemos utilizar el pensamiento para resolver los problemas de la convivencia entre las personas y entre los pueblos. Si en el patio de uno de nuestros colegios hay un grupo que se apodera de una parte, y otro grupo de otra parte, miembros del equipo educativo tratarán de que eso no sea así, de que se comparta el espacio. Y si hay un conflicto porque un grupo quiere ampliar su espacio, la presencia de las personas responsables en ese ámbito educativo tratarán de intervenir no solo para evitar que el conflicto llegue a las manos, o a la sangre, sino para volver a plantear que el espacio debe ser común para todo el colectivo, sin compartimentos estancos, sin fronteras.
Cuando en la ONU se presentan los problemas de calado con el fin de resolver conflictos relacionados con la ocupación de espacios, no existe equipo educativo que sirva para la reconciliación, para abolir fronteras, para compartir espacios, porque cada cual lo tiene muy delimitado, y los países más fuertes del lugar exhiben su músculo para demostrar quién es capaz de impedir que se tomen resoluciones, o que no se cumplan, y no pasa nada. Es la ley del más fuerte la que pone orden, o desorden, en el patio global, la que coloca las líneas divisorias de cada espacio, tanto desde el punto de vista militar como económico y comercial.
Si a continuación nuestro mundo real nos sigue diciendo "armaos los unos a los otros" como siempre os habéis armado, a ver quién explica a quienes se quieren pelear en el patio, por causa de una línea, que hay que compartir los espacios, que hay que quitar las fronteras, que hay que pensar en el bienestar de quien está a tu lado; a ver quién habla de la educación como arma -alma- para dejar de banalizar el mal; y por qué la educación nos lleva a adquirir tantos conocimientos, lo cual es muy necesario, por supuesto, pero por qué no se dedica, con la misma intensidad, a fomentar el pensamiento en el ser humano.* Escritor