INGUNO cobramos el sueldo que merecemos. Sentada esa premisa, el debate del salario mínimo debería atender a la suficiencia para una vida digna y a la capacidad de crear riqueza con ese coste laboral. No es éticamente asumible la miseria estructural. Pero tampoco que el salario mínimo español sea el séptimo de la UE pero el PIB per capita, el 17º. Poca riqueza generada por persona. Es un factor negativo de competitividad que solo se compensa con actividad de alto valor añadido. Es esa la que sostiene los sueldos más altos, y no encarecer el empleo de baja cualificación.