RASE que quedará para la historia y no precisamente por su originalidad. "Son cosas que pasan", han dicho, al parecer porque no me apetece bajar a chapotear al charco para confirmarlo, tanto Iñaki Urdangarin como su hijo mayor sobre el conocido tema candente del corazón. Se percibe una clara estrategia de defensa. Aunque bien es cierto que el argumento es de sobra conocido en el círculo borbonil, porque vale también para otros trapos sucios de la familia. Por ejemplo, su inclinación a recibir dinero de dudosa procedencia. Es cierto que, por norma general, uno no sabe si tiene madera de delincuente hasta que se encuentra con un caja fuerte de banco abierta. La oportunidad para Urdangarin fue vivir bajo la alargada y ancha sombra de su suegro y utilizarlo para negocios ilícitos. Eso explicaría que su conducta fuera irreprochable antes del matrimonio. Pero también es cierto que, si hay manzanas podridas en un cesto, las nuevas también acaban pudriéndose. Quién sabe si fue la opción A, la B o la suma de ambas lo que desencadenó todo. Ahora bien, si tuviera que escribir el guion de una película sobre esta historia, hay una escena que tengo perfilada desde hace años: El rey emérito e Iñaki Urdangarin paseando solos al atardecer por los jardínes del palacio real tras una copiosa comida. No se escucha la conversación, pero de repente, el suegro se para, mira al yerno y le dice: "Mira Iñaki, mi hija se ha criado en un palacio, no lo olvides".

Asier Diez Mon