A euforia pospandémica cifrada en un ambiente de farra en sesión continua es noticia, motivo de sesuda reflexión, y pretexto para la propaganda política de un bienestar económico que beneficia más a unos que a otros. Hacía mucho que no se hacían tantos negocios ni se resolvían jugosas especulaciones ni se plasmaban lo que de manera vomitiva se llamaba bonitas inversiones.

Y junto a la euforia, las alarmas, sin las que ya no podemos vivir. Ponga una alarma, un susto en su vida, le dará picante, un temor de futuro, cuanto más irracional mejor, tendrá algo de qué hablar, porque la inquietud por lo que de verdad nos atañe -un 27% de la población en riesgo de pobreza, las consecuencias de las privatizaciones, las carencias que no se remedian-, y está en la cuerda floja, entretiene menos y da mucha menos cámara mediática; ninguna en este clima de euforia que tiene a la capital como faro y montaña de piedra imán como aquella contra la que se pegó un guarrazo de campeonato Sinbad el marino, el de Las mil y una noches.

Me pregunto a quién benefician los rumores cada día más intensos de desabastecimiento, en lo político y en lo económico. No va a haber navidades, horror, faltan los juguetes, las canicas no, los enigmáticos artilugios de precio, hay que hacer acopio de todo, de bebidas sobre todo, porque nos las estamos chupando todas, a juzgar por las crónicas de la euforia. El terracismo es lo que tiene, que se chupa como si no hubiera un mañana y las reservas se agotan. Faltan componentes, de qué, de todo, ese todo que poco engloba, falta papel, pero todo es puntual... No me meto en si esto es cierto, fala, patraña manejada desde bastidores. No sé nada de lo que en realidad sucede, solo sé que el rumor, ese personaje cubierto con un manto de lenguas que ponía Shakespeare en escena, produce una inquietud social en quienes viven en la cuerda floja y en los que no, y acaba produciendo estampidas de pánico siempre aprovechables para los golpistas, por no hablar del aumento de precios, que a unos inquieta y a otros se ve que mucho menos.

Veo los anaqueles vaciados de supermercado del barrio como hace más de un año ya, los carros de papel higiénico saliendo a la carrera y volviendo a entrar a por más de lo que fuera... como si nos fuera la vida en ello. Si nos quitan los incontables bienes de consumo de los que echamos mano a diario, estamos perdidos. Nuestra capacidad de vida autónoma está reducida al mínimo, dependemos del consumo de bienes de primera necesidad o convertidos en tales que vienen de casa Cristo... ¿Por qué no utilizar trozos de La Razón como en tiempos los del Arriba España? Rascará, claro, como decía Aquerreta, pero de la necesidad se hace virtud.

Sí, ya sé, perogrulladas, demagogia, tremendismo. Lo que gusten, pero los precios suben, el mercado de la vivienda es una ciénaga espesa, la pobreza energética va a castigar a más familias que el año pasado, y las terrazas se llenan y hay ambiente, ¿no? que de eso se trata, del ambientillo, si no hay ambiente no hay vida. Carpe diem! Disfruta mientras puedas, lo decían los esqueletos de los mosaicos romanos jarra de vino en mano. ¿Pero aquí, qué pasa? Yo al menos lo ignoro.

El Gobierno va a tener la culpa de que falten los famosos componentes de todo, como ya la tiene de lo sucedido en las residencias de ancianos madrileñas que eran competencia directa y exclusiva (confesada en público) de la IDA. ¿En qué medida? Pues en una muy clara, en no haber procedido a la detención inmediata, encarcelamiento por riesgo de fuga y consecuente emprendimiento de acciones legales de largo alcance contra Isabel Díaz Ayuso. Está claro que a nuestra magistratura le puede faltar jurispericia pero en modo alguno capacidad inventiva. Solo en eso considero responsable al Gobierno. ¿No es bolchevique el Gobierno? Pues entonces. Un sarcasmo mío, claro, dedicado a quienes aguantan esta galerna como pueden, y un inverosímil jurídico digamos, pero para entendernos, creo que sirve.