IENDO lo que pasó con otros grupos armados, incluidos los que combinaban la ideología socialista con la cuestión nacional, lo sorprendente no es que ETA acabó sino que acabara tan tarde. En este punto, hay que darle cierta razón a la declaración de Arnaldo Otegi, con motivo del aniversario de la Conferencia de Aiete. ETA, junto con la estrategia político-militar que impulsó a lo largo de décadas, tenía que haber desaparecido o, al menos, cesado antes, como dijo Otegi. ¿Por qué? Porque, entre otros factores, estaba actuando fuera de ciclo.
La V Asamblea de ETA en 1968 fue el punto de partida de la organización tal como históricamente se reconoció a sí misma: una organización socialista revolucionaria de liberación nacional, marxista-leninista, creadora de un magma de organizaciones civiles con las que compartió la dirección de un amplio movimiento, en conexión con la realidad internacional. Los 60-70 fueron una época de eclosión de organizaciones terroristas. El terrorismo internacional era principalmente marxista e impulsado por países marxistas o aliados de estos. ETA obtuvo la ayuda de la Cuba de Castro, de Argelia y de la Organización de Liberación de Palestina.
A partir de los 90, sin embargo, el ciclo de este tipo de terrorismo internacional, más el de los movimientos de liberación nacional del tercer mundo en los que se inspiró, se iba apagando. En 1990 se creó en Latinoamérica el Foro de Sao Paulo, bajo patrocinio de Fidel Castro, que agrupaba a grupos políticos y guerrillas del continente. De ahí surgieron los movimientos y partidos ligados al “Socialismo del siglo XXI” que fue la forma que adquirieron tales movimientos, para superar la etapa político-militar y preparar una nueva estrategia basada en la “confrontación democrática”. En 1998, en Irlanda del Norte, se firmó el Acuerdo de Viernes Santo, que acabó con el ciclo de lucha armada del IRA. En Euskadi ETA no dio punto final a su estrategia político-militar hasta 2011. Fue seguramente el último movimiento de liberación nacional de tipo marxista que lo hizo.
La prolongación de esta estrategia trajo otros factores añadidos. La sentencia del Tribunal de Estrasburgo de 2009 ratificó la política de ilegalizaciones llevada por el Gobierno español. Arnaldo Otegi calificó tal sentencia como una “catástrofe”. En junio de 2010, Tasio Erkizia tras decir que había “más razones que nunca para la lucha armada” pero “menos condiciones objetivas y subjetivas”, concluyó: “Nunca hubiéramos creído que con tanta ilegalización, con más de setecientos presos y con las direcciones políticas constantemente agredidas y en la cárcel, la sociedad mirara a otra parte”. El problema era doble: no existía posibilidad de que la Izquierda Abertzale pudiera presentar una marca legal para las elecciones; y el pueblo vasco y los partidos abertzales (aunque estuvieran en contra de la ilegalización) no se iban a sublevar por esa causa.
¿Cuáles fueron los responsables de que la acción de ETA se prolongara demasiado? Otegi no responde a esa pregunta pues le atañe muy vivamente. A lo largo de las décadas de la estrategia político-militar ha habido cuatro procesos de paz. No es baladí remarcarlo. El IRA necesitó uno solo para sumarse al juego político, aun cuando la paz fuera imperfecta y otras organizaciones armadas siguieran actuando. Desde 1989, el año de la negociación ETA-Estado en Argel, existió una nomenklatura de la Izquierda Abertzale que perdura en el tiempo y protagoniza los diversos procesos. En 1989 Iñigo Iruin y Rafa Díez Usabiaga formaban parte de ella, a la que se sumarían en los procesos de 1999 y 2006 Arnaldo Otegi y Rufi Etxeberria.
Recordemos que en la época de Lizarra-Garazi Otegi planteó, como condición de proseguir la tregua de ETA, un proceso electoral, al margen de la legalidad, en los seis herrialdes de Euskal Herria para votar la autodeterminación. Propuesta hecha para romper, inaceptable para el PNV y EA, que supuso que ETA siguió matando. Y fue el mismo Otegi (junto con Rufi Etxeberria) el que mandó al traste las precondiciones de paz de Loiola en 2006, en las cuales se contemplaba un nuevo proceso constituyente, una eurorregión que englobara las regiones vascas, un órgano común con Navarra y la CAV y la salida gradual de los presos de ETA. Fue en 2009, ante la sentencia de Estrasburgo y la indiferencia popular por la ilegalización, cuando saltaron las alarmas en la cúpula de la Izquierda Abertzale y se realizó un cuarto proceso de paz, esta vez el definitivo.
ETA duró tanto, entre otras cosas, porque los políticos de la Izquierda Abertzale estaban convencidos de las virtudes de prolongar el conflicto. Pensaron que indefectiblemente habría negociaciones con el Estado en las que partirían de un suelo fijo de reivindicaciones que serviría para negociar en situación ventajosa. Un mal cálculo que supuso la prolongación de la acción de ETA, más víctimas, más presos de ETA y, además de una tragedia humana, un fracaso político de 50 años de historia que todavía no han sido reconocidos en su justa medida. * Doctor en Historia