A actualidad ha vuelto a golpear, y lo ha hecho de lleno en el sentido común. Noelia de Mingo, una persona que causó mucho dolor, que llevó a la muerte a tres inocentes, vuelve como si nadie hubiera podido poner freno al sinsentido, como si no entendiéramos lo que es una enfermedad mental, y sobre todo, cómo tratarla. Una madre de 80 años quedó como responsable de mantener la medicación a una hija que debía estar controlada, en tratamiento, no en la calle y sin supervisión. ¿Esto es serio? ¿No hemos comprendido nada? Tenemos un problema como sociedad, con unas raíces mucho más profundas de lo que parece. El caso de Noelia de Mingo es un extremo poco frecuente, no obstante sirve para introducir un debate que muchos nos planteamos, pero casi nadie pone encima de la mesa: los problemas y enfermedades mentales son tan habituales como las dolencias físicas, pero ni se entienden, ni se comprenden, ni se tratan.

Lejos de mi intención hacer alguna comparación entre el caso de De Mingo, que debería haber estado controlada y medicada. Pero este episodio permite parar un momento y reivindicar algo fundamental en una sociedad que se cree avanzada y desarrollada: el cuidado de la salud mental.

¿Quién no ha pasado o ha tenido un ser cercano con depresión? ¿Qué joven no conoce a otro que sufra bullying? ¿Qué hay del sufrimiento que implica el duelo? ¿De verdad no conocemos a personas con cierta bipolaridad o esquizofrenia sin tratar? ¿Por qué genera miedo la palabra epilepsia? ¿Cuántas crisis de ansiedad provocadas por el estrés hemos visto? Y tantas y tantas situaciones comunes.

Huimos del estigma y queremos evitar el rechazo social. Por eso a muchos aún les avergüenza decir que van al psicólogo y, más aún, que acuden a un psiquiatra. Es el momento de comenzar a trabajar en la salud mental. Es nuestro reto y será, sin duda, la base de nuestro progreso en un futuro a medio plazo.