Mª Luisa le advertía con fina ironía a su marido que cuando se quedara viudo esperaba de él que con su nueva esposa tuviera suficiente confianza, pero no las confianzas que con ella. Singular y plural, ni son iguales ni se parecen. Quizá ambición y ambiciones entren también en esta semántica diferenciada del mismo fonema. No es mala la ambición para mejorar, pero las ambiciones sin filtro...

Los tambores de guerra sonaron durante la Guerra Mundial africana hasta 2003 durante 30 años, con 16 facciones armadas en litigio y más de 5 millones de muertos; los rescoldos siguen sin apagarse del todo como consecuencia de la codicia hacia sus recursos naturales, petróleo, oro, platino y coltán a la cabeza. La maldición del territorio rico en materias primas, todos las quieren, pero no tanto a sus ciudadanos.

En Afganistán, encrucijada geoestratégica, pasa otro tanto. Vemos su crisis humanitaria, pero cuando se atempere, porque solucionarse es complicado, seguirán teniendo 300.000 hectáreas de adormidera y el 70% de la producción mundial de opio que origina 400 millones de euros al año que muyahidines antes y ahora talibanes se embolsarán; de hecho, pueden surtir de "amapola", tanto legal e ilegal, a todo el planeta. Si sumamos que poseen hierro, cobre, cobalto, gas, tierras raras, uranio y sobre todo litio, esencial para las nuevas superbaterías, tenemos en Afganistán el cóctel perfecto, porque además está en plena ruta comercial del camino de la seda que quiere abrir China. Añadan el condimento religioso y que la mayoría de afganos serán excluidos (sobre todo, excluidas) de los beneficios de sus reservas naturales valorados en tres billones de euros, para entender que el avispero no ha hecho más que empezar a zumbar. El imperio americano, el soviético, el británico, el zarista y hasta Alejandro Magno fracasaron en este rico país de cuya riqueza son apartados la mayoría de sus habitantes. La mitad de su población es pobre, un 30% pasa hambre y el 60% está en desempleo. Las ambiciones de quienes fijan sus ojos de codicia y afilan sus garras sobre Afganistán no valoran esto, sino el opio y el litio que tan pingües beneficios pueden darles.

Más cerca tenemos las ambiciones en el Mar Menor; sobresaturación inmobiliaria, campos de golf donde no hay agua suficiente, sobreexplotación de acuíferos legales e ilegales para una agricultura desaforada que utiliza pesticidas y abonos nitratos que terminan eutrofizando el lago que deja 70 toneladas de peces muertos, aguas contaminadas y colmatación preocupante. Poco importará este ecocidio a quienes se lo han llevado caliente en euros o royalties; me temo que lo seguirán haciendo.

Más cerca el runrún de la tercera dosis de la vacuna contra el covid cuando no ha terminado de administrarse la segunda, ni se ha demostrado que haga falta y haya países que no han inoculado ni al 1% de su población; claro, son pobres y no pueden pagar, mientras a los ricos sí se les va engatusando con la necesidad de la tercera dosis porque sí pueden pagar. Ambiciones de comerciantes codiciosos.

Para estos grupos, multinacionales o corporaciones rapaces el mundo nunca parece suficiente para llenar sus ambiciones. Lo trágico es que nos hayan hecho creer que sus ambiciones insaciables son la medida del progreso, como si su codicia nos hiciera ricos a todos.

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