OLVEMOS al cole en un mundo lleno de incertidumbre, no de riesgo. Es pertinente diferenciar entre los dos conceptos. Cuando nos encontramos en un estado de incertidumbre, no se pueden valorar probabilidades. Cuando estamos en un estado de riesgo, sí. En este caso, tiene sentido plantear diferentes escenarios conociendo, aproximadamente, la probabilidad con la que se puede dar cada uno. En el otro, no. Y ahora estamos en esa situación. Está claro que no es lo más deseable, pero todavía está más claro que se deberá afrontar el problema con la mayor franqueza y objetividad. Eso supone admitir que no sabemos muchas cosas sobre el contagio del coronavirus. Ni los países ni las comunidades autónomas han tomado medidas homogéneas. Es lo que tiene la investigación científica: la primera fase de la misma consiste en los periodos de prueba y error. Pensemos en lo que ocurrió durante el confinamiento: Suecia tomó unas medidas menos drásticas que otros países. En un principio las medidas tuvieron éxito, pero posteriormente se admitió el fracaso. Es decir, una vez visto, todo el mundo es listo.

Sea de una u otra forma, la posibilidad de repetir el confinamiento de marzo parece muy pequeña. Pero no es nula. Al menos, debemos valorar los aspectos positivos: en la actualidad, hay menos ingresados, con lo cual los hospitales no se saturan; la proporción de asintomáticos es mayor y se hacen una gran cantidad de pruebas. Y la población es cada vez más responsable (los mayores son el mejor ejemplo), así que, salvo cataclismo, nos quedaremos como estamos por mucho tiempo. Ni horas, ni días, ni semanas. Meses. En este escenario, necesitamos líderes en el sentido de Daniel Kahneman: “Quien logra que la confianza colectiva a largo plazo se imponga sobre la incertidumbre a corto”. Un papel muy complicado que, ante la indecisión política, deberán tomar los padres respecto de sus hijos.

Ahora que estamos en el 150º aniversario de María Montessori, pedagoga italiana, recordemos su lema: Ayúdame a hacerlo solo. Una de sus frases más famosas era “el niño es el maestro”. ¿Ha llegado el momento de cambiar el sistema? Siempre han existido muchas críticas relacionadas con el sistema de enseñanza actual y siempre las habrá. Es imposible que todos los educadores estén de acuerdo. Es más, la probabilidad de que haya un pacto educativo es prácticamente nula. El partido en el poder siempre dirá que por fin “ellos han sido los primeros que lo han logrado” y la oposición no le va a hacer ese regalo en términos políticos. Sea de una u otra forma, al menos hay un acuerdo generalizado en que con el paso de los años disminuye la imaginación de los niños: comienzan a buscar consenso social, no desean quedar mal con los compañeros y se suben al carro de las decisiones fáciles.

No obstante, podemos valorar tendencias interesantes, además de la más obvia: la educación de hoy (hoy siempre es a la vez edad antigua, presente y futuro: todo depende del enfoque usado) se integrará en una parte presencial y otra virtual, apoyada por la conectividad de la red y los soportes tecnológicos correspondientes.

Dos, muchos profesores plantean estudiar la teoría en casa y resolver los problemas en clase. Es decir, “aprender haciendo”. Este mecanismo se ha desarrollado en centros de emprendimiento y cada vez está ganando más adeptos.

Tres, las mejores formas de aprender son emocionando, con juegos y con historias. Si algo nos emociona, lo recordamos. Los juegos, en términos técnicos “gamificación”, sirven para aumentar la concentración de los alumnos ya que estos son empujados hacia un objetivo. Para lograrlo, deben competir con sus compañeros o superar retos que le llevaran al conocimiento final. Respecto de las historias o relatos, lo mismo. Desde epopeyas de la región donde hemos nacido (para aumentar nuestro sentido de pertenencia) hasta historias recogidas en cuentos (Los tres cerditos, Caperucita roja) o fábulas (Las uvas no están maduras).

Cuatro, la memoria importa. El teléfono móvil no puede ser un apéndice del cerebro. Muchas personas no recuerdan ni fechas de cumpleaños, ni números de teléfono ni matrículas. Es imposible tener un debate sano sobre cualquier asunto si la cabeza está vacía. Esa idea de que no hace falta memorizar ya que lo puedo consultar en el móvil aumenta la estupidez humana a niveles cada vez más estratosféricos. En estos casos, corremos peligro de terminar gobernados por el algoritmo que nos lleva a nuestras canciones, noticias o vídeos favoritos.

Cinco, los aforismos y los refranes son poderosos. Ejemplos: “querer es poder”, “tu patria es tu corazón”, “el respeto es lo primero”, “la cabra tira al monte” o “no te rindas nunca”. Niños que oyen todos los días estas frases terminan replicando su contenido.

Finalmente, la mejor definición de educación es “saber lo que hacer cuando no sabemos lo que hacer”.

Es el momento de aplicarla.

* Profesor de Economía de la conducta de la UNED