OY más que nunca, Iparraguirre vuelve a nosotros y nos dice: "¡Yo soy José Mari Iparragirre, no lo olvidéis: ¿Todavía no me conocéis? ¡Quien piense que se puede guardar fuego en un cajón de madera o almacenar aire en una jaula es que no me conoce! Así que, ¡aquí sigo!, ¡Estoy vivo!

Siempre de viaje... Siempre errante... mi único equipaje, mi guitarra... y mi memoria, repleta de recuerdos, recuerdos que aún siguen vivos, y siempre en mi corazón mi pueblo, EuskalHerria.

Yo no acepté aquel burdo engaño del abrazo de Bergara sobre la modificación de los fueros, y me fui a París. Canté en mi sed libertaria la Marsellaise, prohibida a la sazón y me expulsaron de Francia, recorrí parte de Europa, con mi morral y mi guitarra, y mis amores en el corazón. Participé de la ilusión lírica del 48, vi alzarse árboles de libertad y entoné bajo sus copas los himnos revolucionarios que inspirarían mi homenaje al roble de Gernika, adorado por los revolucionarios franceses como "Padre de los Árboles de Libertad" ¿Por qué no cantarle, y con él a la libertad y fraternidad de los pueblos? Allí aprendí que los pueblos son para nosotros hermanos y los tiranos, enemigos.

¿Dónde vas?, me preguntó mi querida Caroline ¿Dónde van las nubes?, donde hay tormenta, es allí donde van todas las nubes del mundo.

Y después de vagar por Europa, tomé la determinación de volver a Euskalherria. Y cuando llegué a mi tierra, lo primero que hice fue visitar a mi madre que estaba en Madrid. 19 años pasaron desde la despedida de mi amatxo.

¿Qué horas son estas de volver de la escuela? Frase que se entronizó en la literatura vasca como señuelo de nuestro ser, de nuestro sentimiento guardado para dentro.

Y en el Café San Luis, nos liamos durante horas a discutir con pasión sobre los fueros, las libertades vascas, y el Árbol de Gernika y lo que simboliza. ¡Volví aEuskalherria! Vagué de pueblo en pueblo con mi guitarra y mis canciones. ¡Y juré no parar hasta que no quede uno solo sin conocer el simbolismo de nuestro roble santo! Pero después de mi exitosa actuación en las campas de Urkiola, aquel 13 de junio de 1854, día de San Antonio, donde enardecieron las multitudes con mi Gernikako Arbola; el destino quiso que me encarcelaran y me expulsaran de mi tierra. ¿Qué había hecho yo? Solo amaba a los míos. Solo quería paz y amor a nuestras tradiciones seculares.

Y como muchos de mis paisanos, me fui allende los mares, y allí en Uruguay me metí en un oficio que no era el mío.

-Ten cuidado con las ovejas. ¿No ves que faltan quince?, me decía Angelita. ¡Déjalas, mujer, ellas también quieren ser libres! ¡Déjalas! Y por las noches cantábamos juntos Gernikako Arbola, Gitarrazartxobat y otras, sentados a la puerta del rancho.

-¡José Mari, no seas loco!, mira que se te escapan diez o doce todos los días.

-Si no vuelven es porque estarán mejor en otra parte. Ellas también aman la libertad, y yo quiero que hasta las ovejas tengan fueros. Angelita, Dios me ha hecho cantor. Otros manejan piedras, yo con aire, construyo canciones. Soy cantor; bajo mis canciones se cobijan todos cuantos me escuchan. Cantemos, Angelita, que así seremos siempre jóvenes.

Han pasado diecinueve años desde que llegué a América, y de pronto esta mala noticia: en Euskalherria nos han quitado los fueros para siempre.

Y mi sueño se convirtió en pesadilla; a la vuelta de América, veo el declinar del euskera y mis peticiones de ayuda a los hombres distinguidos de este país no han hecho efecto. Mis gestiones ante las autoridades no han dado resultado, no he conseguido ninguna ayuda para mí. ¡Tres años suplicando y me duele el alma!

Tal vez muy pronto me embarque de nuevo para América, y en nuestras provincias se seguirá hablando mucho del patriotismo y del euskera y de la música y de los zortzikos de Iparragirre. Pero ya no soy nada, les interesan mis canciones, no yo.

Somos artistas, tenemos esa inmensa alegría, pero también esa desgracia. A nosotros la gente siempre nos ha tenido por unos indisciplinados, por unos provocadores de toda sociedad bien ordenada. Y aun en el mejor de los casos, unos comicastros, titiriteros de tres al cuarto. El secreto de adquirir formalidad a los ojos de la gente sólo es uno: ¡el dinero! Si hubiera vuelto rico de América... ¡otro gallo me cantaría!

Y ¿qué nos queda a los que construimos con aire? Tenías razón Ángela, ya nunca podré traer a nuestros hijos. Pero mi existencia quedará asegurada, y podré cumplir mi más sagrado deseo: que mis huesos puedan reposar en el seno de esta bendita tierra. Solo soy una ráfaga de aire al borde de un precipicio. ¡Y ahora me voy! ¿Dónde? ¿Quién sabe, quién puede conocer la vida de un pájaro?, ¿quién sabe? me voy, pero me quedo". * Músico