Ayer las páginas de cultura de este periódico decían cosas más interesantes sobre nuestro país que las de política. Hablaban de la apertura de cines y teatros pero al mismo tiempo recogían la llamada de auxilio de las empresas culturales que piden la prolongación de los ERTE. Amanece, pero vemos que las nubes son muy grandes y muy negras.

Se informaba sobre la temporada de la Euskadiko Oskestra. De los diez conciertos del programa tres van a ser dirigidos por mujeres. Hace bien poco una mujer en el atril batuta en mano era una novedad rompedora. Si observamos la evolución del porcentaje de directoras de orquesta en los últimos 30 años y la comparamos con la de directoras de cine, de fábrica o de hospital, parlamentarias, catedráticas o rectoras, ministras o consejeras autonómicas, magistradas de altos tribunales o integrantes de los consejos de administración de las empresas del IBEX35, veremos un progreso en todos estos sectores, pero también notables diferencias en el ritmo. Y la cultura no siempre va por delante.

Los responsables de la orquesta agradecieron especialmente a aquellos abonados que no quisieron que se les devolviera el porcentaje de su abono correspondiente a los conciertos suspendidos por la pandemia. Ese mismo día la principal entidad operística del país, la ABAO, publicó un anuncio agradeciendo lo propio a sus socios. Me sumo al agradecimiento a ambos grupos: ellos han protegido el espacio público de la cultura.

En el día en que se anuncia la muy merecida concesión del Príncipe de Asturias de las Artes a Ennio Morricone y a John Williams, toca reflexionar sobre la cultura y el espacio público. La cultura es participación ciudadana, social y pública, es por tanto espacio público y es política, pero no debe ser absorbido por la política y por la administración pública.

Se ha dicho estas semanas pasadas que esta crisis nos ha servido para valorar más el espacio público y a todos los que en él trabajan. Pero ahora corremos dos riesgos contrarios: olvidarnos de ello, por un extremo, y confundir lo público con la administración pública, por el otro extremo.

Unos confían en que nos olvidemos del papel fundamental de lo público y sus necesidades. El modelo a seguir sería la Comunidad de Madrid. Si les gusta la idea, tienen ustedes a Iturgaiz que, con gran conocimiento de causa, denuncia en esta precampaña el reparto de poltronas y chiringuitos. En el otro extremo tienen a quienes confunden todo el espacio público con lo estatalizado y funcionarizado como único modelo: el presupuesto público y la ventanilla como respuesta a los desafíos del momento, el boletín como alfa y omega de nuestros retos y sus soluciones.

Todos debemos reconocer y agradecer el extraordinario trabajo del personal sanitario, sin duda, pero también debemos reconocer a quienes han mantenido abierta la panadería y el kiosko, a quienes han limpiado los portales, a todo el personal de los comercios de alimentación y productos de primera necesidad que no han fallado un solo día, a los productores de leche, huevos, puerros y acelgas que estaban detrás, a los talleres que se han reinventado para hacer mascarillas o respiradores, y un largo etc.

El país no se puede entender sin sus servicios públicos, fuertes y de calidad, que todos debemos valorar y defender, proteger y financiar por vía de impuestos progresivos y justos. Pero el espacio público es mucho más amplio. Lo forma también esa persona que a partir de mañana se sube al escenario de un teatro con sus compañeros de compañía o de grupo musical, y también el que pasa por taquilla y se compra una entrada. El concejal de cultura que se sentará en primera fila para apoyar es importante, pero tampoco es la pieza clave de ese complejo mecano que llamamos espacio público.