CURRIÓ el viernes 13 de marzo, antes de la declaración de alarma sanitaria. Fue en el informativo de las 21.00 horas de La Primera de la televisión pública española, TVE. Una periodista, frente a un cine cerrado en el centro de Madrid y en una calle vacía, relataba el “aspecto terrorífico”. De esta forma calificaba, para informar desde una televisión pública, la periodista, que rondaría los cuarenta años, lo que estaba ocurriendo.

La periodista, que probablemente vivía con terror el que la calle estuviera vacía, no era más que una víctima más de la pandemia del miedo. Esa emoción que nos atenaza, que nos hace mantenernos en vilo en un estrés continuado hasta quizás hacernos perder nuestros equilibrios físicos y emocionales, nuestra salud. Pero no estaba sola en el terror que padecía ella misma y del que nutría al resto de la sociedad con sus comentarios. Muy gustosamente se adherían otros periodistas, políticos, deportistas, tertulianos, colegios profesionales, sindicatos, empresarios, sanitarios… La sociedad entera se retroalimentaba del miedo.

A la semana siguiente, el viernes 20, ya en vigor las medidas tomadas por el gobierno en la declaración del estado de alarma, también en el informativo de las 21.00 horas del primer canal de la televisión pública española, informaron de cómo habían confeccionado, en un centro de salud de León, como traje protector ante el virus de un traje para la vendimia con bolsas de un plástico duro de encuadernar y como pantalla protectora, gafas de bucear... “Listos, preparados para atender a los pacientes con sospecha de coronavirus”, exclamaba satisfecha una médica de dicho centro de salud, no sin antes señalar “en tiempos de guerra, se agudiza el ingenio”. Todo para justificar la previsión de que se iban a quedar sin protección para atender a los pacientes. Quizá en un programa sobre ingenio o inventos estaba muy bien, pero no era propio de un informativo y provocaba alarma social sobre la escasez de material.

Tampoco estuvo muy hábil el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en la comparecencia del sábado 21 al admitir como “economía de guerra” la sugerencia de que las empresas españolas deberían fabricar productos necesarios para el servicio de salud, aunque la leña al fuego estuviese en el empleo de dicha expresión, ”economía de guerra”, en la pregunta.

De este coronavirus ya sabemos bastantes cosas. Conocemos su origen, los síntomas que produce en los humanos, la tasa de mortalidad, que se sitúa entre el 0,7% y el 3%, que afecta más a las personas mayores, cuya morbilidad es mucho más alta, personas inmunodeprimidas y pluripatológicas. También sabemos las vías de contagio, a través del contacto físico y de gotitas de tamaño mediano que desprendemos al estornudar o toser. Casi todas las decisiones políticas de aislamiento de la sociedad que se han tomado están dirigidas a que no colapse el servicio sanitario. Quedarnos en casa no es para que el virus no exista y desaparezca, ni para la curación, ya que el covid-19 va a seguir viviendo entre nosotros durante meses. Lo que se pretende es que no se sature el sistema sanitario, que haya la menor cantidad de contagios para que los servicios de salud no se vean desbordados y podamos gestionar adecuadamente todas las situaciones de salud que los ciudadanos podamos necesitar, relativas al coronavirus o no.

El miedo es una emoción completamente normal que se activa cuando la persona experimenta o prevé experimentar un daño físico o psicosocial y lo valora como una amenaza para su existencia o integridad y, al mismo tiempo, cree que no tiene recursos para afrontarlo. La sensación de amenaza y el sentimiento de impotencia son subjetivos y el miedo también lo es.

Demasiada información, o una información alarmista, a la que se entregan con pasión algunos medios, hace que se extienda la pandemia del miedo. Y la persona se vuelve vulnerable, fácilmente manipulable, se acostumbra a que le manden, a que le digan lo que tiene que hacer, pensar, sentir, a que decidan por ella en búsqueda de la seguridad perdida.

Ya han ampliado 15 días más el aislamiento social, después el virus no habrá desaparecido, pero ojalá sea suficiente para que los servicios sanitarios no se vean colapsados.

A los ciudadanos nos toca cuidarnos, protegernos del exceso de información, evitando las voces del miedo que habitan en programas y profesionales sensacionalistas que extienden esta otra pandemia cuyos efectos veremos a medio y largo plazo. Nos protegemos del miedo compartiendo las buenas noticias, que las hay y son muchas.

Nos toca colaborar para no contagiarnos ni propagar el virus que pueda saturar los servicios sanitarios. Nos toca proteger y cuidar a los más vulnerables, está en el ADN de nuestra especie de seres sociales, relacionales, todas y todos somos parte de la red de la vida. Mientras, como dicen en la plaza de toros de Pamplona por San Fermín, “dejen trabajar a los dobladores”. Vale.

* Psicólogo clínico