O hay virus más contagioso que el de la imitación. Basta con que recibamos imágenes de estanterías vacías en los supermercados para que nos lancemos a expoliar las de las tiendas de nuestro barrio. Es un instinto primario, algo así como el temor a que el de al lado haga suyo algo que a lo mejor nosotros nunca habíamos pensado en necesitar. Se llama crear la necesidad y es un proceso similar al bostezo contagioso. Ese mecanismo atávico que nos hace reproducir el mecanismo de ventilación extraordinaria por pura imitación, como si el aire extra que el bostezante número uno absorbe para sí fuera en detrimento del que queda disponible para el bostezante por simpatía. Acaparar para que no falte en el futuro algo que no sabemos si algún día necesitaremos es primario, como la vida misma. Entre esos mecanismos automatizados están los que llevan a algunos políticos a cortar todos los debates por el mismo patrón: reclamando para sí el protagonismo de los mismos aunque su aportación tienda a cero. En un tono de bastante autocontrol entre la clase política, derivado quizá de la presunción de que a la precampaña vasca no le van a seguir unas elecciones antes del verano, resulta más estridente la no-aportación de Arnaldo Otegi ayer. No ha entendido que la fina línea que separa el sano control al gobierno del aburrimiento repetitivo solo puede mantenerse con argumentos alternativos. Decir una y otra vez que la acción ajena es insuficiente cuando la propia es inane lleva al bostezo, aunque solo sea para acaparar un aire que algunos absorben sonoramente para poder mantener activa una estrategia de precampaña que la ciudadanía vasca ha dejado de seguir.