VERÁN, así de golpe y porrazo como quien dice, la historia de los últimos cien años de Irlanda se nos ha quedado antigua. Yo mismo he empezado a dudar de que Trinity College y Grafton Street sigan en el mismo lugar que siempre han ocupado en ese nebuloso y cada vez más turístico Dublín, o que incluso la letra de Molly Malone, una joven y hermosa vendedora de pescado, cantada a lo largo y ancho del país no haya cambiado. La sacudida es histórica. La victoria del Sinn Féin era como un secreto a voces que ha adquirido la categoría de eco estruendoso tras el resultado de las últimas elecciones.

La política irlandesa hasta hace unos días era simple de analizar: las sorpresas brillaban por su ausencia. La izquierda apenas era visible y dos partidos de centro ocupaban el poder desde tiempos inmemoriables. Hace escasamente una década, el Fine Gael y el Fianna Fáil sumaban el 69% de los votos de los ciudadanos y ciudadanas irlandeses. Tan solo había una pequeña y graduable diferencia entre ellos: el Fine Gael odiaba mucho a Inglaterra; el Fianna Fáil la odiaba aún más.

El Sinn Féin, el partido creado en 1905 por Arthur Griffith y cuyo lema es “Nuestro día llegará”, parece haber alcanzado su cita con la historia. Ha sido una larga y dura travesía. Durante los años 70, el partido creció a la sombra del Ejército Republicano Irlandés, el IRA Provisional, para ir ganando fuerza y presencia en Irlanda del Norte. La violencia dejó un abundante reguero de sangre que se taponó tras el Acuerdo de Paz de Viernes Santo en 1998. El acuerdo fue firmado por los gobiernos británico e irlandés y la mayoría de los partidos norirlandeses. Más tarde fue aprobado en referéndum tanto en la República como en Irlanda del Norte. Ahora, el Brexit ha estado a punto de desbaratar este acuerdo tan trabajosamente conseguido. El establecimiento de una frontera “dura” entre las dos Irlandas habría hecho saltar el compromiso por los aires.

El partido de Gerry Adams y su compañero, Martin McGuinness, fallecido hace tres años, despertaba más recelos que simpatías en la República de Irlanda. Su solapamiento con la violencia del IRA y la crueldad de muchos de los ataques eran rechazados por los ciudadanos “del sur”, término con que se designa a la República. ¿Qué ha sucedido, entonces, para este cambio?

Mary Lou McDonald, presidenta del Sinn Féin desde hace dos años, poco o nada tiene que ver con el legendario líder, Gerry Adams. Para empezar, no se le conoce ninguna vinculación con el antiguo IRA y su acento suave dublinés susurra mejor que el acento de Belfast de Adams. Pero lo fundamental es que el mensaje del Sinn Fein, otrora machaconamente identitario, se ha hecho eco de los problemas reales y diarios de los votantes.

El descontento entre los jóvenes es generalizado. Una gran mayoría apunta a la escasa calidad de los servicios públicos. La carestía de la vivienda y la educación son también motivos de protesta en un país cuyo impuesto de sociedades del 12,5% raya en el paraíso fiscal y al que las grandes y poderosas empresas multinacionales no han dudado en trasladarse. Según las encuestas llevadas a cabo por los medios de comunicación locales, un 31% del voto de los menores de 25 años fue para el Sinn Féin. El Partido Verde, que ha duplicado sus votos, llegó al 14% en esa franja de edad. El viraje político refleja los profundos cambios sociales del país más católico y conservador de Europa que en menos de cinco años ha aprobado en consulta popular los matrimonios gays y la legalización del aborto.

Ahora, los resultados dejan un campo muy abierto a las coaliciones. En estos últimos días las posiciones de los partidos han sido muy prudentes. Aunque el líder del Fine Gael, y hasta ahora primer ministro, Leo Varadkar, se ha opuesto firmemente a la idea de hacer alianza alguna con el Sinn Féin, su posicionamiento parece más fruto de una rabieta que de estrategia política.

Por su parte, el Fianna Fáil, partidario en su campaña electoral de aislar al Sinn Féin, empieza a abrir, aunque sea tímidamente, las puertas a este. “Comenzar a hablar no significa que vayamos a entrar en coalición con ellos” ha dicho Micheál Martin, líder de este partido.

En este panorama tan fragmentado y a pesar de las reticencias iniciales de los demás partidos, una conclusión parece evidente: será imposible gobernar sin los apestados del ayer, el Sinn Féin. Como está sucediendo en otros lugares del mundo, el bipartidismo ha desaparecido y ahora toca negociar. Es posible que los ciudadanos tengan que armarse de paciencia; no parece fácil.

Se puede decir, sin miedo a equivocarse demasiado, que los vientos del sur soplan en dirección norte y es muy probable que el clima político de Irlanda del Norte se vea alterado. Los más firmes defensores de la reunificación de las dos Irlandas se han afianzado políticamente. Pero para transitar ese delicado camino tendrán que ir con prudencia. Han propuesto realizar un referéndum dentro de cinco años y para entonces la mayoría de la población de Irlanda del Norte seguramente será católica. Parece que al Sinn Féin le ha llegado su cita con la historia.