EL derrumbe del vertedero de Zaldibar deja caer, junto a toneladas de basura, visiones de nuestra sociedad. De alguna forma Zaldibar representa algunas de las dificultades, contradicciones y contravalores de nuestro tiempo.

Una prioridad es encontrar a los dos trabajadores enterrados, Joaquín Beltrán y Alberto Sololuze, y, en su caso, entregar sus cuerpos a las familias cuanto antes sea posible y compatible con la seguridad de los bomberos, ertzainas y técnicos que allí trabajan. La otra prioridad es satisfacer, hasta el máximo técnicamente posible, la justa necesidad de información de los vecinos ante una situación que es objetivamente preocupante, sabiendo que en estos casos tan necesaria como la precisión o el rigor es la empatía, la escucha y la cercanía. Después vendrá el momento de aclarar, con toda la severidad necesaria, las responsabilidades administrativas, civiles, penales y políticas que correspondieran.

Zaldibar nos confronta con algunas miserias de nuestra política. A veces parece que más importante que afrontar la complejidad de la cosas y reaccionar con responsabilidad, es emplear lo que uno tenga a mano para hacer girar la rueda de las disputas partidistas y golpear al adversario. Llámame raro, pero yo prefiero a los políticos que respetan el trabajo de los técnicos, que cometen el error de acudir a los lugares sin fotógrafos y que esperan a saber de los asuntos antes de hablar. Entiendo que en el mundo de las apariencias esto constituya un lastre político. Entiendo que luce más aparecer arremangado y, si es posible, con gafas de sol y los zapatos ligeramente embarrados.

Zaldibar nos confronta con nuestro modelo territorial y la solidaridad. La muy profesional reacción del Ayuntamiento de Gasteiz ante la crisis, ofreciendo Gardelegi para resolver algunos problemas puntuales, sin rebajar un ápice sus estándares habituales, provoca una escandalera de declaraciones que nada tienen que ver con el caso pero que pueden crear la suficiente confusión e inquietud ciudadanas como para convertirse en palanca de una efectista oposición municipal.

Zaldibar nos confronta con una progresiva desconfianza hacia la política. Un rumor puede tener más eco que un informe oficial. No acertar a gestionar esa realidad puede resultar caro. La comunicación, por definición, no existe si no es percibida por el destinatario. En este caso ha habido notables problemas comunicativos.

Zaldibar nos confronta con los límites de nuestra sociedad. Toneladas de residuos creados por nosotros, cada uno de nosotros, nuestra basura, la basura de nuestro consumo ciego, cae sobre nosotros, enterrándonos en el lado sucio, oscuro, contaminante de nuestra vida, cuyos efectos queremos ignorar, ocultar a nuestros ojos, alejar de nuestras pituitarias y, en un sentido literal, enterrar. El derrumbe nos devuelve nuestra mierda, que creíamos desaparecida en el interior de tres o cuatro contenedores de distintos colores. Pero reciclar era la tercera r, tras las más importantes reducir y reutilizar.

Zaldibar nos confronta con grandes retos relativos a la salud y la seguridad en el trabajo; a la salud pública; a nuestra capacidad de reacción ante las emergencias; al control medioambiental de la gestión de nuestros residuos; a la gestión de la comunicación en tiempos de redes sociales. Zaldibar puede también funcionar, a pequeña escala, como alegoría de un problema más global, el cambio climático, cuyos derrumbes están también aquí.