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La dictadura de la simetría

HE leído recientemente en un excelente ensayo que todos los totalitarismos están fundados en la superstición de la simetría. No puedo estar más de acuerdo. Se usa el término superstición porque los ideólogos del poder absoluto creen ciegamente que la propiedad de la simetría trasladada a la ingeniería social genera excelentes resultados. Para qué y para quién, eso es otro cantar.

Intentar la creación de sociedades de este tipo tiene una larga tradición. El movimiento pitagórico promovió hace 2.600 años en Crotona, en el sur de Italia, la construcción de una sociedad igualitaria, perfecta y simétrica, mediante el estudio del número y la geometría, la obediencia y el silencio. Una auténtica utopía totalitaria siglos antes de que Platón imaginara su tenebrosa República.

Presumiblemente hartos de la experiencia, los ciudadanos de Crotona expulsaron a Pitágoras y a sus seguidores para recuperar su libertad, es decir, su caótica vida corriente, asimétrica y nada perfecta. Al fin y al cabo, por deficiente que fuera, era la suya, la que preferían, y no un delirio matemático. Desde entonces, sabemos que el culto a la igualdad, el número y la simetría aplicados a la convivencia social puede generar infiernos reales de los que en los últimos dos siglos se han visto algunos ejemplos.

La mayoría de los ciudadanos creemos hoy estar vacunados contra las utopías conocidas, como la dictadura del proletariado, la dictadura del Estado total, la dictadura de la raza superior, la dictadura teocrática y otras variantes. Pero sin que casi nos demos cuenta, empieza a despuntar en nuestro horizonte una nueva amenaza para la libertad, de la que los populismos y localismos exacerbados que vemos surgir no son sino heraldos: la dictadura de la simetría.

En una sociedad sometida a la dictadura de la simetría, aparentemente libre en las formas pero totalitaria en el fondo, todo comportamiento, opinión o actuación individual deben alinearse simétricamente con los del grupo al que se pertenece, so pena de exclusión y eliminación.

Gran parte de las democracias occidentales se deslizan hacia sociedades de este tipos. Hoy, gracias a las redes sociales, en el debate de cualquier asunto quien discrepe con las opiniones (prejuicios, más propiamente) de los nuevos totalitarios será perseguido, ridiculizado y hasta amenazado por una jauría de contraopinadores amparada en la masa y el anonimato. Basta ver el carácter de los comentarios en Internet sobre las noticias de los medios de comunicación. Lo malo es que las propias noticias y sus titulares empiezan a orientarse al gusto de la jauría. El número manda.

Instituciones políticas y científicas aparentemente serias consideran normal establecer opiniones obligatorias sobre ciertos temas aunque sean científicos, sociales o históricos, asuntos que en una sociedad libre estarían abiertos al debate y a su periódica revisión por los investigadores. Se olvida el derecho a investigar, a sacar las propias conclusiones e, incluso, el derecho a equivocarse. Se impone la obligación de pensar y creer solo “lo correcto”. Opinar y argumentar en contra no solo es ir contra corriente, sino que se anatematiza como negacionismo, un término indefinido e indefinible empleado como etiqueta de una nueva herejía laica, la de disentir, que empieza a convertirse en un crimen perseguido por las leyes.

¿Hay oposición frente a estas nuevas inquisiciones? Por desgracia, escasa. Poco a poco, la mayoría traga: algunos por no perder ayudas y subvenciones, otros por ganar audiencias o votantes, muchos por no complicarse la vida y el resto porque en el fondo le da igual. Total ¿a quién le importan esas cosas? Eso sí, se admira a Galileo, Giordano Bruno o Miguel Servet, condenados hace varios siglos por las autoridades religiosas por defender teorías diferentes a las entonces aceptadas, que luego resultaron ciertas, pero se olvida que hoy volverían a ser condenados, y esta vez no por la inquisición romana ni por Calvino, sino por nuestros guardianes de la ortodoxia. Seguimos teniendo muchos Lysenko ávidos de perseguir discrepantes.

La tendencia hacia la uniformización en los comportamientos, el rechazo a lo individual y su sustitución por lo colectivo se manifiesta incluso en la forma de apoyar buenas causas. Se promueven prioritariamente por instituciones y organizaciones las respuestas en grupo, en masa, ya sea contra una enfermedad, contra una guerra, contra un crimen o injusticia, en defensa del medio natural o de la cultura o simplemente para promover comportamientos saludables. Vayamos todos juntos, parece decirse, ya sea de manifestación, de concentración, de concierto solidario, de recorrido festivo-reivindicativo, de salida al monte o lo que se tercie. No importa en pro de qué, lo que importa es que seamos todos juntos.

El resultado no es más que un mero placebo para los asistentes. Muchos salen convencidos de haber sido actores de algo épico y efectivo, pero en realidad solo han participado en una representación coral y se han visto deslumbrados por el efecto desfile, la inmersión en el número, cuya eficacia para resolver problemas es parecida a la de una procesión en rogativa de lluvias. Realmente, parece que lo importante no es tanto solucionar el problema o alcanzar el objetivo que motiva la concentración, sino promover el carácter simétrico de la respuesta dada, demostración de nuestra unidad. Y en ello, lo individual no cuenta, sobra.

Una nueva filosofía totalitaria está intentando sumergir al ciudadano, su libertad y su responsabilidad individual en un magma grupal, que lo diluye y digiere hasta convertirlo en ciudadano-masa. Así, indistinguible de los demás, sin nada que lo diferencie, el ciudadano ya no precisa pensar pues el grupo piensa por él y le dice qué opinar, y puede sentirse feliz al mirarse en el espejo y ver que es, como todos, simétrico y perfecto.

Es preferible ser libre y un punto caótico, tener opiniones propias y equivocarse, posiblemente muchas veces, que ser uno más del coro, opinar solo “lo correcto” y hacer y decir simétricamente lo mismo que el resto. ¿Dónde queda en tal sociedad la libertad individual?

Como en Crotona, de nuevo hay que expulsar a Pitágoras y sus corifeos, porque es justo la diversidad que ellos odian, y no la simetría, la que nos hace seres racionales sociales individualmente diferentes, la que nos convierte en humanos y no en ciegas hormigas. * Apoderado en las Juntas Generales de Bizkaia Legislaturas VI a X (1999 a 2019)