SIN ningún tipo de vergüenza ni rubor. Los Franco rescataron ayer la bandera ideada por el dictador con el águila de San Juan como escudo. Primero la expusieron en su casa, hasta que les obligaron a retirarla. Luego, Francis Franco, el nietísimo, la llevó a Cuelgamuros bien dobladita, pero mostrando sin pudor el aguilucho. Tras la exhumación, querían ponerla sobre el féretro, pero tuvieron que contenerse hasta la celebración del oficio religioso privado que realizaron en Mingorrubio. 44 años después siguen creyendo que representan “una unidad de destino en lo universal”. Han tenido al pollo, atado y bien atado, a los pies de la cama y lo han sacado a pasear, como una mascota, a mayor gloria del genocida. Nadie les ha preguntado en estas cuatro largas décadas por el origen de su incontable fortuna. Evidentemente, los herederos no tienen que dar cuenta de las atrocidades que cometió su antecesor, pero sí deberían respetar la memoria de los cientos de miles de muertos que yacen en cunetas o en el propio Valle de los Caídos y de los familiares que aún tienen la esperanza de recuperar sus huesos. Dos helicópteros, dos coches fúnebres, una empresa de marmolistas amenazada por los más nostálgicos, un despliegue televisivo vergonzante... Nada de eso ha pagado la familia Franco. Lo hemos pagado nosotros. 44 años después continúan riéndose de todos.
jrcirarda@deia.eus