EL pasado 18 de abril, Lyra Mckee murió asesinada por dos disparos en las calles de Derry, Irlanda del Norte. El suceso se produjo mientras la periodista observaba un ataque del Nuevo IRA a las fuerzas policiales tras unos disturbios vecinales en una zona predominantemente católica. Se oyeron varios disparos en medio de la confusión. Las balas encontraron un objetivo no buscado e impactaron en el cuerpo de la periodista. Lyra Mckee, cuyo trabajo era muy popular entre la comunidad gay, murió ante el dolor y la incredulidad de los que la acompañaban. El grupo ofreció más tarde “sus sinceras disculpas” a la familia y amigos de la joven ante el hartazgo de los ciudadanos.

El ataque coincidió con un día de diferencia con la fecha en la que 21 años antes se firmó el Acuerdo de Paz entre los gobiernos británicos e irlandés y las principales fuerzas políticas norirlandesas.

El asesinato de Mckee ha dejado al descubierto las heridas aún no cicatrizadas de Irlanda del Norte. El Acuerdo de Viernes Santo trajo el silencio de las armas, pero no ha enterrado el odio y el prejuicio. El Brexit y un vacío político notable han reavivado las pesadillas de los peores tiempos de confrontación. Los grupos más extremistas intentan sacar rédito.

El Ulster, si empleamos la terminología de la comunidad protestante y probritánica, se encuentra desde hace más de dos años sumida en una crisis política que enfrenta a los dos principales partidos del país, el Partido Democrático Unionista (DUP) y los nacionalistas del Sinn Féin. Ambas formaciones han sido incapaces de llegar a un acuerdo para reeditar un Gobierno de coalición desde enero de 2017. El bloqueo puede acabar conduciendo a la reimplantación temporal del gobierno directo desde Londres. Esta situación ya se produjo entre 2002 y 2007 a causa de otra crisis institucional.

Las dos fuerzas han retomado los discursos identitarios que habían sido suavizados tras la firma del acuerdo. Ahora, la postura divergente de ambos sobre el Brexit ha roto los escasos puentes. El DUP, conservador y probritánico, hizo campaña a favor de salir de la Unión Europea, mientras que el Sinn Féin, defensor de una Irlanda unida, abogaba por la permanencia. El 56% de los norirlandeses votaron a favor de quedarse en la UE y, por tanto, rechazaron el Brexit. Sin embargo, la debilidad del gobierno conservador de Theresa May ha fortalecido la posición del DUP, que se muestra dispuesto a apoyar a la primera ministra con sus votos siempre y cuando May mantenga una posición firme con la Unión Europea. Es decir, no aceptar un acuerdo que aísle a Irlanda del Norte del resto del Reino Unido.

En el lado opuesto, los republicanos creen que tanto Theresa May como el DUP les están sacando de la Unión Europea, después de haber votado a favor de la permanencia. Nadie salvo los conservadores más extremistas están a favor de una frontera “dura” que traería notables perjuicios a la importación y la exportación de todo tipo de productos con un considerable impacto en la economía local.

En el pasado, el desdén de los unionistas protestantes hacia sus vecinos del sur estaba fundamentado en la debilidad económica de una Irlanda pobre, rural, con altas tasas de emigración y una Iglesia católica omnipresente. Ahora que las tornas han cambiado y es la República la que prospera y atrae a las compañías internacionales a su territorio, una parte de la comunidad unionista empieza a ver con mejores ojos una eventual reunificación de las dos Irlandas.

Sin embargo, el juego político parece sordo a las demandas ciudadanas. La historia, siempre tan presente en Irlanda del Norte, tejida de violencia, y la propia endeblez de Theresa May, más patente aún tras las recién celebradas elecciones municipales en Inglaterra, debilita el precario equilibrio sobre el que se asienta la paz. El Brexit puede poner en pie de nuevo una frontera de 500 kilómetros y amargos recuerdos. Los fantasmas del pasado se resisten a desaparecer.