SE acaba de cumplir un año de la disolución definitiva de ETA. Un año. Pero parece un siglo. El aniversario de un hecho de trascendencia histórica ha pasado con más pena que gloria. No hace mucho tiempo nos hubiese resultado impensable que el fin de ETA despertase tal abulia social. ETA y la violencia que desplegó, generó y condicionó nuestra vida durante décadas, así como las víctimas, están amortizadas para la ciudadanía. Es un pasado molesto, incómodo. Es de temer que, así, los fantasmas regresen en un tiempo para restregarnos lo que pasó, antes y ahora.