PODRÍA añadir “y pompas de jabón y patrañas”, pero para qué. La vida pública española alrededor de las próximas elecciones se comenta sola... o casi. Es posible que haya alguien más necio que Pablo Casado, pero sería raro que estuviera en la carrera política y en el arrebuche de los puestos, que a esto parece reducirse el discurso político: un mero trámite para conseguir la ansiada acta de diputado y reñir para estar en la jarca ganadora a la caza de alguno de los miles de puestos que caen en la piñata... ¡Viva el padrino!

Sigo. Pero para qué comentar las necedades de un tramposo de instrucción deficiente probada un día sí y otro también, que me temo que se comentan solas. ¿Añaden algo a lo que ya sabemos? Nada, y por lo visto tampoco disuaden en exceso a quienes le van a votar y lo mantienen como líder del partido con más imputados y procesados de la historia reciente, un partido que debería estar disuelto de manera judicial. Se nos va la fuerza en burlas feroces, en ingenios de línea y media, en rasgados de vestiduras, en colmos...

Mienten como respiran, pero no dicen otra cosa que lo que sus votantes quieren oír, y el de Ciudadanos, que a ratos se me olvida como se llama, lo mismo, seguro de gustar a la sombra de las necedades y disparates de sus compañeros de camada, seguro de que, pase lo que pase, el voto es de derechas y tiene el puesto asegurado, mientras no se muestre fuera del corral de la derecha. Resulta asombroso que sus trapacerías no causen impacto reseñable en su votantes, como si lo único que importara fuera conseguir una parcela, notable, de poder.

Sí, cierto, resulta grotesco un líder político asomado a un balcón con un morrión en la cabeza, como si saliera de una juerga de disfraces que entre copazos y polvos mágicos hubiese durado toda la noche, y a disparate furioso suena que ande pidiendo pistolas para los españoles de bien, pero el asunto es otro: la incapacidad de los partidos de izquierda y progresistas de ofrecer una alternativa real a una amenaza política de envergadura: el regreso al franquismo más casposo utilizando el ariete de la lucha contra el nacionalismo catalán y por extensión al vasco, y con ellos a las autonomías y sus derechos legales y consolidados, ya muy atacados por todos los gobiernos hasta ahora mismo.

Parece que no hay otros problemas de alcance nacional que el resquebrajamiento o la mera y ligera puesta en tela de juicio de la sagrada unidad de España, o la inmigración -sin otro propósito que azuzar la xenofobia y el racismo de votantes no de tan baja instrucción como parece- y que todo lo demás, que es mucho, va sobre ruedas: vivienda, trabajo, sanidad, educación... porque los servicios públicos van camino de privatizarse, en perjuicio mayúsculo de la mayoría de los votantes. País suicida este... o no tanto, país cortijero, reaccionario, de mucho ¡viva el amo!

Se diga lo que se diga, la izquierda ha sido incapaz de formar un frente común para desesperación de sus votantes. Como mucho, confían en pactos poselectorales, pero eso es incierto, está en el aire y pueden verse burlados. Lo sucedido en Andalucía puede repetirse, con ligeras variantes. No hace falta ser politólogo para darse cuenta de eso.

Pues no, lo que la farfolla y las promesas electorales relegan a las bodegas de esta nave maltrecha no va, y no ha habido cambio que no haya sido torpedeado por la derecha, tanto en sede parlamentaria madrileña como en parlamentos autonómicos, cuyos logros están siendo negados con una furia extraña, en una acumulación de patrañas, festejadas sobre todo por quienes no saben de qué están hablando, pura bulla lacayuna... Nafarroa, por ejemplo, es un viaje y una mesa puesta de gorra, que siempre paga el Gobierno, una boina roja de requeté, una jota, un espárrago y, cuando se tercia, carne de cañón.