Mayo 68, feminismo y emigración
LAS celebraciones en torno al cincuentenario de Mayo del 68 han entrado en su recta final. Numerosos han sido los debates, artículos, reflexiones y recuerdos que nos han reunido durante todo lo que va de año, algunos de tipo laudatorio, otros irónicos o sarcásticos, sesudos o anecdóticos. Yo también he tomado parte en este alboroto y, casi siempre, uniendo al término Mayo 68 el de feminismo. La novela autobiográfica que escribí, La fiesta en la habitación de al lado (Erein 2008), también ha sido culpable al rememorar en ella los meses posteriores a Mayo del 68 en París.
En cualquier caso, la idea de que el feminismo, junto con el ecologismo, ha sido la mayor contribución de aquel Mayo del 68 es ya unánimemente aceptada. Los cincuenta años transcurridos y la actualidad y fuerza que ha cobrado en estos últimos años lo atestiguan. Las mujeres aprendieron mucho de aquella revolución de mayo que las había ignorado; les dio un modelo, unos recursos e ideas que les permitieron cuestionar la socialización sexista, pensar y actuar desde una nueva perspectiva que no fuera la cultura androcéntrica. Me pregunto si fue así también para todas aquellas chicas y mujeres españolas emigrantes, empleadas de hogar, que conocí en París. Me temo que la emigración en general y la española en particular han sido temas poco mencionados en esta conmemoración del cincuentenario de Mayo del 68. Y me gustaría abordarlo aunque sea de forma puntual, porque está bien recordar a los españoles, su pasado reciente de ciudadanos de un país de migración, para mirar con conocimiento de causa la situación migratoria actual de España que pasó en dos decenios del estatuto de país emisor al de país receptor de mano de obra emigrante.
‘La fiesta en la habitación de al lado’ Ese fue el título que le puse a la novela autobiográfica que narra mi primer año en París, al que llegué en un otoño aún muy convulso. Y aludía con ello al sentimiento que tenemos de llegar tarde a todo tipo de fiestas, aunque la fiesta siguió al menos en los cuatro años en que viví, trabajé y estudié allí. Pero en el París que yo conocí aquellos años, además de joven, estudiante e idealista, también fui emigrante. Y da la casualidad de que la mayoría de mujeres que conocí y traté lo eran también. Y estoy segura de que, para la mayoría, los acontecimientos anteriores a Mayo de 1968 fueron completamente ajenos. Fiestas que ocurrieron a su alrededor y de las que nunca me refirieron ningún recuerdo, ninguna alusión, ningún comentario, muy al contrario de sus patronas francesas que siempre me hablaron de aquel mes de mayo con exaltación, el tiempo en el que vivieron peligrosamente, la fiesta de la calle y de la palabra.
En los años 1960-1970, miles y miles de españolas habían emigrado a París para trabajar como bonne à tout faire (sirvienta) en las acomodadas familias parisinas. La mayoría de ellas solas, solteras, con el imperioso objetivo de trabajar y ganar el máximo dinero posible. Y ahorrarlo, claro está. Las que yo traté proyectaban su recompensa y ascensión en su país de origen.
Una habitación propia Tampoco creo que aquellas chicas y mujeres habrían oído hablar de Virginia Woolf, que para entonces ya había escrito un fundamental ensayo sobre la mujer y la literatura en la que afirmaba que para cualquier mujer que quisiera escribir (ser-vivir-respirar) era fundamental tener una habitación propia y 500 libras. Es decir, autonomía y dinero. Yo tampoco la conocía entonces. Su libro llegó unos años más tarde a mis manos y nunca se ha ido. Pero, en cambio, sí experimenté en aquel otoño del 68 la libertad y la exaltación de tener un espacio propio en alguno de los tejados de París, una chambre minúscula, carente de todo aquello a lo que estaba yo acostumbrada pero que me compensaba con el sentimiento de libertad que ofrecía.
Para la configuración de la migración de mujeres españolas que llegaron a París durante los años 60 y 70 fue esencial el empleo de bonne à tout faire y la chambre de bonne, puertas de entrada a la capital francesa. Los edificios burgueses de arquitectura haussmanienne reservaban el último piso para las habitaciones del servicio, de tamaño muy reducido y con el WC y la salida del agua, por lo general, en el pasillo. En algunos de estos edificios, estas chambres disponían de una escalera especial que se comunicaba con la entrada de la cocina en cada uno de los pisos y que comunicaba con la calle directamente. Fuera del trabajo, sus movimientos no eran supervisados. Constituyó un buen mecanismo para la retroalimentación de las cadenas migratorias. Las amigas o familiares acogían a las recién llegadas en sus habitaciones hasta que empezaban a trabajar, siendo así poco arriesgada la aventura de las mujeres emigrantes, que difícilmente se encontraban sin un techo. También aquellas chambres posibilitaban que las mujeres se configurasen en pioneras de la cadena migratoria y había lugares de encuentro y reunión como la iglesia de la calle Pompe, las salas de baile de Wagram o Bataclan. En el caso vasco, la Euskal Etxea de la calle Duban en el distrito XVI.
El estereotipo Conchita En 1968, cuando la novelista Solange Fasquelle publicó en la editorial Albin Michel una obra humorística sobre las criadas en París, el título retenido para su comercialización apuntaba sin ambigüedad el carácter hispánico de la profesión y ponía en escena a un personaje ficticio en el apogeo de su celebridad de ese año revolucionario: Conchita y usted. Manual práctico para las personas que emplean criadas españolas. Estereotipo femenino de la inmigración española en Francia, pero también fruto de la mirada de la burguesía parisina sobre las inmigrantes españolas en la capital, Conchita atraviesa el siglo XX francés hasta integrar el lenguaje común con expresiones populares como: “No soy tu conchita”.
Madame Portera Pero subamos de categoría y hablemos de aquellas mujeres que reinaban en los edificios burgueses de París mientras otros y otras buscaban la playa bajo los adoquines. Me refiero a la concierge. Otra modalidad de emigración femenina. Las porterías eran espacios en los que confluía el trabajo doméstico con el asalariado, la vida familiar y la laboral. Constituían una estrategia residencial que facilitaba el ahorro al proporcionar gratuitamente una vivienda, unos ingresos y la conciliación de la vida familiar. Aunque las porterías eran espacios reducidos carentes de servicios, serían el hogar de numerosas familias durante largos periodos. Madame la concierge, además, ejercía una labor de cancerbero. Asaltaba a quien se adentraba en el portal, requería, inquiría, cuestionaba los motivos de aquella visita extraña en su reinado, no siempre amablemente. Y rendía pleitesía a los propietarios.
Retomando la cuestión que planteaba al comienzo, he de decir que no he encontrado -no digo que no exista- documentación sobre el devenir de aquella emigración femenina española en París y de la forma en que los aires liberadores del 68 influyeron en sus vidas al regresar. Es de suponer que algunas de ellas se integrarían en la sociedad francesa, absorbidas por unas mejoras económicas y sociales integradoras. Y que una gran mayoría retornó a España que, a su vez, conocería grandes transformaciones políticas y feministas. Un interesante tema de investigación, sin duda.