Pasadas ya las celebraciones del 25 de noviembre, fecha en las que miles de mujeres (y hombres) recordamos el asesinato de las hermanas dominicanas Mirabal, asesinadas por el dictador Trujillo tras brutales palizas allá por el año 1960, siendo su pecado luchar por la democracia. A lo largo de muchos lugares del mundo, salimos una vez más a las calles para gritar en silencio que ya basta, que nos están matando, violentando y denigrando y ninguneando por el hecho mismo de ser mujer, y en muchos casos tenemos que disculparnos por defender nuestro derecho a no ser vejadas. Porque a pesar de los pesares, de vivir supuestamente en sociedad avanzada y moderna y occidental (no citaré las culturas donde ser mujer es poco menos que una aberración), seguimos siendo una sociedad patriarcal y machista, donde día tras día vemos que violadores o maltratadores y toda suerte de individuos -permítanme- de la peor especie, siguen en muchos casos, a pesar de eso que llaman leyes, campando a sus anchas. Porque la ley, señoras y señores, se pasa por el arco de triunfo dictando e impartiendo sentencias, en las que en muchos casos las víctimas se sienten muchas veces culpablilizadas, dado las peregrinas razones de muchos jueces al quitar hierro a los delitos juzgados. Desde que “la víctima no se resistió lo suficiente” o que tal vez la ropa interior era “muy provocativa” (habrá que volver al cinturón de castidad) e infinidad de argumentos inverosímiles que revuelven el cuerpo. Tenemos que aprender todavía muchísimo, y tener y aplicar leyes más equitativas y justas.
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