DEPLORABLE espectáculo de la cosa pública... Como si pudiéramos esperar otra cosa de esta gente, dentro y fuera del Congreso. Si no fuera porque esa chabacanería, esa furia, ese odio que hierve en las palabras que vuelan, no es otra cosa que el vivo reflejo de lo que ya vivimos en las calles y de lo que a diario es riada en las redes sociales, la que parece ser la verdadera vida de una parte asombrosa de la ciudadanía.

El insulto es el último argumento de la impotencia. “Siento esta noche heridas de muerte las palabras”, escribía Rafael Alberti, en un poema al que de ordinario se le mutila el estribillo de “Balas, balas, balas”, porque no estamos en 1938, que es cuando se escribió ese poema que luego cantó Paco Ibáñez, y la violencia está proscrita y perseguida su exaltación, salvo que sea la propia sin que quepa calificarla de injusta o de abuso de poder.

Al verso de Alberti, habría que replicarle “Lapos, lapos, lapos” porque así vuelan ahora las palabras. Por cierto, no me creo lo que dice el ministro Borrell salvo prueba fehaciente en contrario que a él le atañe... no son de fiar y cada día menos, quieren hacernos comulgar con ruedas de molino a la vez que echan bencina en la hoguera de sus hoolingans.

Por no hablar del delito de odio, manejado como quien maneja la de los ojos negros recortada para ajustes de cuentas. Todo es odio, abrir la boca, cerrarla, sonarse los mocos en un sketch de humor vitriólico, decir que sientes que algunos, uniformados o no, no son tus conciudadanos, sino tus enemigos, gente que puede hacerte daño por gusto y por dinero.

Ahora mismo, la vida de un país pasa por el WhatsApp de un senador que demuestra a las claras que la injerencia del poder ejecutivo en el judicial es una práctica habitual, cuando menos en el partido al que pertenece Cosidó, el Popular, antiguo capitoste marioneta del estado policiaco, junto a Fernández Díaz, el meapilas, el verdadero urdidor (dicen) de esa policía política... Hasta que se tropiezan con un magistrado que se planta, como ha sucedido, y renuncia al cargo para el que había sido elegido. Convengamos que el motivo de esa renuncia haya sido un ejercicio práctico de decencia insólito en la medida en que estamos más acostumbrados al adelante con los faroles.

El tono y el estricto sentido de lo enviado por WhatsApp a los miembros de la camada pepera y archipublicado en prensa, obligan a pensar que esa, por completo delictiva, ha venido siendo la forma de actuar del partido en el poder hasta hace nada: policía política que no acaban de desmontar, grabaciones ilegales, enriquecimiento no ya injusto, sino de origen fraudulento, abusos de poder... y el partido, como es habitual, le encubre y protege echando tierra encima, en el mejor estilo del rajoyato.

Llama la atención que sigan teniendo votantes, algo que hace bueno el texto de esta pintada: “No es la política la que hace ladrones, es tu voto el que convierte a ladrones en políticos”. Y donde pones ladrones, puedes poner maleantes que creen que un acta de diputado o un cargo a dedo les permite hacer lo que les venga en gana y les confiere ilimitada impunidad. ¿Y la calle? La calle ha desaparecido casi por completo, herméticamente cerrada. Se esfumó el tiempo de los entusiasmos. Las mareas tricolores se apaciguaron como estanque dominguero de patos y pedalos.

Pero casi peor es la respuesta mediática a esa desvergonzada jactancia de manipulación judicial del senador Cosidó, que afirma con desparpajo que el CGPJ ha entrado en una crisis inusitada. Pero hombre, por Dios, esa crisis intensa dura desde hace más de una década, desde que la ciudadanía fue viendo con sorpresa que la política no es que pasara por los tribunales, sino que impregnaba estos. De ahí que los ciudadanos que no forman en las filas progubernamentales hayan ido perdiendo confianza en el sistema judicial y vean este con desconfianza y temor crecientes, en la misma medida en que ven sentencias de claro contenido político por mucho que los interesados lo nieguen, que ya es el colmo.* Escritor