El viaje de vuelta desde el aeropuerto fue ameno desde el momento en que pregunté al taxista por su opinión sobre el nuevo límite de circulación a 30 km/h en el centro de Bilbao. El gremio no está contento con la medida, primeramente, porque ya es una ciudad en que se circula a cámara lenta y a saltitos entre tanto semáforo. Además, la señalización es muy mejorable, ya que muchas calles en las que se supone que el límite es de 30, y a las que se accede a partir de otra limitada a 50, no están debidamente señalizadas y esto crea confusión al conductor e indefensión al infractor. Decir que se consume menos a 30 que a 50 cuando hablamos de rutas a trompicones, es ir demasiado lejos para justificar ecológicamente la idea. Por si esto fuera poco, ante la idea de circular en procesión, muchos clientes optarán por el metro, y se bajarán menos banderas.
Todo esto es lo que opinan los taxistas, si bien no hay que olvidar que, además, el taxista es un ser inconformista en esencia. Cuando ya terminaba la carrera, me propuso una idea que hago llegar a quien concierna: que la recaudación de las infracciones se done a algún colectivo de afectados por accidentes de tráfico. Así no quedará ninguna duda sobre oscuros fines recaudatorios. Hicimos una apuesta al respecto. A ver quién gana.