DÍAS como el de ayer, jornada de gran visibilidad de los colectivos de sexualidad diferente a la mayoritaria, nos sirven de catarsis. Nos armamos de “a mí no me molestan”, “yo no me meto con ellos”, “cada uno que haga lo que quiera con su cuerpo” y así nos sentimos practicando tolerancia. Pero es un ejercicio de distancia. De tolerancia que les es ajena a quienes deben ser no ya objeto de comprensión o inserción sino de normalidad en igualdad. Es de derechos de lo que hablamos; no de soportar la diferencia sino de reconocerla como parte de lo que somos como sociedad. Y como especie.
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