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Parafernalia para un tiempo nuevo y en paz

El punto y final de las historias que, como la de ETA, nunca debieron llegar a producirse siempre se escribe tarde y pocas veces correctamente; los comunicados de disolución confirman que tampoco es el caso

TRESCIENTAS sesenta y dos palabras ha utilizado ETA para su disolución oficial cuando con las 78 primeras -bastantes menos incluso- hubiera bastado para certificar su desmantelamiento y la renuncia a aquella que fuera hace seis años su última inútil pretensión: “ETA no será más un agente que manifiesta posiciones políticas, promueva iniciativas o interpele a otros actores”. Un anuncio del Grupo Internacional de Contacto, una carta, un comunicado en audio, un vídeo, una cita en Kanbo ha necesitado la disolución oficial cuando bastaban 92 letras: “ETA ha desmantelado totalmente el conjunto de sus estructuras. ETA da por concluida toda su actividad política”. Seis años y seis meses entre el anuncio del final de su actividad armada y la confirmación de su desaparición, cuando aquella primera decisión implicaba ya esta otra. Parafernalia. Dos tercios (284 palabras) del comunicado leído por Josu Urrutikoetxea y Soledad Iparraguirre son mera pretensión de justificar el error que supuso emplear las armas hace seis décadas y la reiteración del mismo cuando decidió seguir utilizándolas hace cuatro, simple intento baldío de arrogarse formar parte de algo que no le corresponde porque la transformación de Nafarroa, la CAV e Iparralde durante ese tiempo y la existencia hoy de un pueblo que quiere ser dueño de su futuro nada tienen que ver con su dramática actividad, culpable en todo caso de añadir dificultades a esa transformación, de posponer la consecución de esa voluntad que hoy es mayoritaria en la sociedad de este país. Curiosa escenificación argumentativa, porque construir “un proceso como pueblo” no es el reto “en adelante” como señala ETA, sino que lo ha sido siempre, desde siempre, también cuando y mientras ETA cometía el tremendo despropósito de creerse en condiciones de absorberlo, dominarlo y monopolizarlo a través de la violencia, ignorante de la propia historia, realidad y ambiciones del pueblo que pretendía liderar sin éxito, como demuestra que, sesenta años después, se dirija, se rinda, a ese pueblo clasificando el reconocimiento del daño causado y sin admitir la tragedia de sus equivocaciones. El punto y final de las historias que, como la de ETA, nunca debieron llegar a producirse siempre se escribe tarde. Y pocas veces correctamente. Tampoco es el caso. Al fin, un tiempo nuevo y en paz.