LA liturgia del Primero de Mayo corre riesgo de reducirse a un acto de cohesión y autoafirmación de las direcciones de los sindicatos con sus delegados. No sería bueno que así fuera porque de la pugna dialéctica entre los agentes sociales siempre han surgido dinámicas que han incidido en las relaciones socioeconómicas. Este año la fiesta ha contado con elementos de actualidad que no podían quedar al margen de la reivindicación. Tanto las movilizaciones del pasado 8 de marzo como la reciente polémica sobre la sentencia a La Manada hacían de la reclamación de la igualdad laboral y la denuncia de la violencia contra las mujeres un componente obligado. Igualmente, las movilizaciones de los pensionistas han logrado introducir su caso en las agendas sindicales. No es que en el pasado ambas circunstancias no hubieran estado en ellas pero sí que la prioridad del discurso ha estado en la reforma laboral y el pulso con las organizaciones empresariales. Tanto en la acción de las mujeres contra la brecha salarial y el techo de cristal en su desarrollo profesional como en la de los pensionistas, los sindicatos se encontraron desbordados por iniciativas ajenas y, a veces, críticas con ellos. El día de ayer permitió a todos ellos visibilizarse con esos emblemas. Persiste la debilidad fruto de la división. La disparidad de criterios y estrategias ha jugado en contra de su efectividad. Hoy nadie espera que, en Euskadi, ELA, LAB, CC.OO. y UGT unifiquen posturas sobre la estrategia a seguir. La política de confrontación de ELA, con los empresarios y, sobre todo, con el Gobierno vasco, le ha convertido en alter ego del Ejecutivo y ha hecho de la negación del diálogo una táctica de difícil comprensión. LAB ha hecho seña de la supeditación ideológica del debate socioeconómico a la construcción nacional. CC.OO. y UGT, que ayer volvieron a desfilar juntos, son deudores de las líneas estratégicas de sus direcciones en España. Entre tanto, más allá de los emblemas y la voluntad que puedan atesorar, el diálogo social está enquistado; la prioridad de los convenios vascos, en cuestión sobre todo porque no se firman; la igualdad de género y los derechos de los jubilados serán de difícil defensa si no se apuesta por habilitar canales de diálogo con los representantes políticos de la ciudadanía. Se puede ser críticos con las iniciativas de estos, pero no negarse a acompañarles y reconocer los pasos que se dan en la dirección correcta. Jugar al todo o nada no siempre permite avanzar
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