Aquel equipo tan interesante
ANGELO Bernasola era el típico senador democristiano italiano de aquellos años 80. Simpático, componedor, abrazador y organizador de todo lo organizable. Siempre que nos veía me decía que había logrado en una reunión clandestina en Montserrat que Juan de Ajuriaguerra y Gil Robles se reconciliaran en un gran abrazo y que una semana antes de su secuestro le había dicho Aldo Moro que aquella semana pensaba viajar al “Pais Baschi” a visitarnos. En ese momento, formábamos parte del Equipo Demócrata Cristiano del Estado Español, donde se unían dos intereses. El de los europeos, tener homólogos españoles para el futuro (a vascos y catalanes no nos consideraban ni numerosos ni hispanos); por parte nuestra, preparar un futuro parlamentario con amigos en el Congreso. Nuestros mayores siempre nos decían que la consecución del primer Estatuto de Autonomía, el de 1936, se hubiese logrado antes de haber tenido interlocutores en el Parlamento republicano, cosa que nunca tuvimos porque anduvimos saltando de la Minoría Vasco-Navarra a la interlocución con un Frente Popular que nos veía demasiado sacristanes. El caso es que tras haber sido el PNV fundador de los Nuevos Equipos Internacionales en 1947, nos tocó crear en 1962 en Taormina ese Equipo con todos los demócratas cristianos europeos que habían estado en contra del nazismo y habían sido perseguidos y que además apostaban en serio por la creación de una Europa unida cuando ni socialistas ni la derecha lo tenían en su programa.
Gil Robles había sido el jefe de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), plataforma en la que el Vaticano había querido meternos para las elecciones de 1936, pero nuestros burukides y diputados le dijeron a monseñor Pizzardo que no habían ido a Roma a recibir instrucciones políticas. Y se fueron. Veníamos, pues, de un largo desencuentro con Gil Robles -al que llamábamos El Elefante-, quien no creía en un estado autonómico pero al que Ajuriaguerra, un excondenado a muerte, le iba trabajando hasta el punto de que, fallecido don Juan, ahora hace cuarenta años, Gil Robles dijo de él: “No puedo olvidar una larga conversación que con él tuve hace unos años en Milán, durante la espera de un enlace de aviones, al regreso de una reunión de la Unión Europea Demócrata Cristiana. El relato de su actuación durante la guerra y de los interminables años de cautiverio en espera diaria de la muerte, me revelaron una de las almas más grandes y generosas que he podido conocer en mi vida. Nos unieron muchos puntos de vista y nos separaron otros. Pero por encima de todo vivirá el recuerdo del hombre bueno, del luchador sin descanso, del hombre firme y sin tachas, que tanto destaca en este mundo de pequeñeces y ambiciones despreciables”. Esa relación humana es la que buscaba Ajuriaguerra.
El caso es que como Equipo fuimos a las elecciones de 1977, juntos pero no revueltos. El PNV puso como condición que la sigla era sagrada (metimos la pata en Nafarroa) y que estaba bien aquel paraguas a futuro. Pero aquel Equipo fracasó estrepitosamente. El PNV obtuvo ocho diputados, pero ni Gil Robles, ni Ruiz Jiménez, un hombre muy decente, ni el catalán de Unió, Canyellas, ni el valenciano Ruiz Monrabal sacaron nada. Hasta el punto de que los europeos, sin entender lo sucedido, dijeron que el PNV había salvado el honor de la Democracia Cristiana.
¿Qué había ocurrido? Fundamentalmente, una campaña sucia. Suárez había logrado que parte de aquellos democristianos se metieran en su autobús y diluyeran la sigla y Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal, hizo el resto. Lo que podía haberse logrado, un partido de centro con vocación autonomista en el Estado, desapareció aquella noche electoral. Y nosotros, tras cantar el Requiescat in pace, seguimos nuestro camino, como el buey.
Traigo este apunte a colación pues acabo de leer una entrevista hecha a Olegario González de Cardenal -el teólogo español con mayor reconocimiento internacional y asistente al Concilio Vaticano II- en la que este decía que “Tarancón se distanció expresamente de un proyecto de democracia cristiana, que entonces estaba liderado por un hombre tan ejemplar como Joaquín Ruiz Jiménez. La razón es que no quería que la sociedad española pensase que la Iglesia apoya su libertad en un partido político. Ahora me parece posible y a veces conveniente que haya un partido cristianamente orientado. Si el cristianismo no tiene nada que decir en política, es que no tiene nada que decir”. Rotundas palabras.
La historia posterior es conocida. Unió y el PNV estuvimos en la Unión Europea Demócrata Cristiana hasta que los intereses europeos lograron que ingresara un partido que se declaraba liberal como el PP de Aznar. Negándonos nosotros en redondo a ello, se celebró en Dublín el 16 de noviembre de 1990 el VIII Congreso del Partido Popular Europeo (PPE). Como observadores pelmazos, estaban invitados Aznar, Tocino, Rato y varios más que se hacían valer mientras nosotros, con catalanes y bávaros, presentábamos nuestras enmiendas al borrador de Constitución europea que se iba a aprobar en aquel Congreso. Ellos eran los numerosos españoles y nosotros los Pepitos Grillos casi intocables por eso de ser fundadores del club. Pero ya sabíamos que el PPE quería muchos eurodiputados y nosotros solo podíamos aportar dos. Cuando le tocó hablar al presidente del EBB, Xabier Arzalluz, le sugerimos que lo hiciera en alemán para que suizos, belgas y alemanes se enteraran y vieran la diferencia de oír las cosas sin traducción simultánea y si, de paso, cabreábamos a Aznar, miel sobre hojuelas. Nos hizo caso y en alemán realizó una intervención memorable, describiendo la construcción europea y la ideología democristiana.
“Los partidos con una vocación territorial tan definida como el nuestro -dijo Arzalluz sonoramente en alemán ante los gestos de Aznar, Rato y Tocino- no han nacido del capricho de un grupo que quiere simplemente tener su pequeña cocina. Detrás de ellos hay toda una historia, en nuestro caso, por ejemplo, de un pueblo perfectamente definido y asentado en la historia y en un territorio miles de años. Entiendo el devenir de Europa como las figuras cambiantes de un caleidoscopio en cada vuelta. Pero todas las nuevas figuras tienen los mismos cristalitos que la componen. Desde el imperio carolingio hasta hoy, el caleidoscopio ha dado varias vueltas, pero catalanes, escoceses, bávaros, vascos o sicilianos seguimos vivos. Lo estuvimos en tiempos de Carlomagno, antes de la aparición del estado-nación, y lo estaremos después de que estos desaparezcan como tales. ¿Qué figura va a aparecer en la actual vuelta del caleidoscopio? ¿Cómo va a ser Europa? ¿Se va a hacer prescindiendo de los cristales que la componen? ¿Prescindiendo de la Europa profunda?”.
Tras poner el balón en el punto de penalti y explicar su concepto de una Europa unida, Arzalluz abordó la ideología democristiana. “Esta nació -dijo- en un mundo roto como una Weltanschauung diferente a la del origen marxista y a la liberal. Nuestras preguntas básicas, desde una concepción trascendente de la vida, han tenido como eje al hombre, a la sociedad, a la libertad, a la justicia. La cuestión es si hoy tenemos respuestas válidas a estas preguntas. Si, por tanto, tenemos verdadera razón de ser. Y si, tal vez, la praxis política nos ha llevado a los ojos del pueblo, y especialmente a los de la juventud, a ser contemplados como movimientos conservadores”. Helmut Kohl, Jacques Santer, Wilfried Martens, Ruud Lubbers, Egon Klephs, allí presentes, ni carraspeaban. “Entiendo que, precisamente por la crisis del socialismo, adquiere especial dimensión el planteamiento de la Justicia. Porque del seno del movimiento democristiano surgieron históricamente organizaciones sindicales. Esto lo saben muy bien nuestros amigos belgas, holandeses, italianos o franceses. Tampoco los alemanes pueden olvidar a hombres como Stegerwald o el sentido social del viejo Zentrum o del Bayernpartei. Aun hoy, en nuestro ámbito vasco, el sindicato más fuerte, con diferencia, salió del seno de nuestro partido. Entiendo también, que los democristianos no somos partidos de centro. Este es un concepto geométrico que nos definiría solo en relación a otros y no a nosotros mismos. Nuestro padre no es Marx ni es Rousseau. Ni Mánchester, ni Chicago son nuestras referencias familiares. Nuestra casa no se define por estar entre la de Marx y la de Rousseau”. Todos le aplaudieron menos los del PP. Al terminar, Carlos Robles Piquer, que había sido ministro de Educación, me dijo: ”Eso no se hace. Un español en una reunión internacional tiene que hablar en español”. “Tiene usted razón don Carlos -le respondí-, pero es que Arzalluz no es español”.
A raíz de aquello no pararon hasta expulsarnos de una casa que habíamos construido. Pero esa es otra historia.