RECUERDO a Isabel Gemio en aquel programa televisivo de lágrima viva en el que, por la magia y el poder que tenía el medio catódico, se reencontraban familias desestructuradas, se hacían posibles sueños quiméricos o rutilantes estrellas mediáticas, como seres benefactores del más allá, escenificaban milagrosos contactos sanadores de ocultas ambiciones. Se llamaba Sorpresa-sorpresa. Aquel formato televisivo, adaptación de la apuesta de la RAI Carramba che sorpresa, protagonizado por Rafaela Carrá, tuvo un final un tanto truculento con la divulgación de aquel rumor viral que vinculaba al cantante Ricky Martin con una joven, la mermelada y un perro. Falsedades que sacudieron a una parte de la opinión pública y que hoy, vistas con perspectiva, resultan extravagantes e imposibles de ser tenidas en cuenta. El paso del tiempo y la pertinaz mentira -como la sequía franquista- nos han hecho ser unos descreídos. Antropológicamente escépticos.
Pocas cosas me sorprenden realmente. Sobre todo en la política. Estamos tan acostumbrados a escuchar una cosa y su contraria por boca de los mismos interlocutores que ya no causa inquietud casi nada. Ni tan siquiera curiosidad. O morbo.
No asombra ver cómo, en horas veinticuatro, que diría Lope de Vega, los dirigentes del PP vasco desautorizaran a su parlamentaria Juana Bengoechea, quien había avalado vehementemente el informe presentado en la comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Gasteiz en relación a los casos documentados de torturas y malos tratos.
Bengoechea había respaldado con meridiana nitidez el estudio presentado por el prestigioso forense Paco Etxebarria “del que nadie duda de su veracidad, honradez y excelencia?”. Pero, con la misma rotundidad, sin que les temblara el pulso, Amaya Fernández -secretaria general del PP vasco- y Alfonso Alonso -presidente del mismo partido- desacreditaban las palabras de su representante, calificando la investigación de “ignominia”. A juicio de los mandamases populares, la parlamentaria “no estaba en el tema”. Vamos, que su opinión fue un desvarío, una ocurrencia o hablar por no callar.
El informe en cuestión -calificado por el socialista Pastor como de “alto valor documental”- presenta detalladamente 4.113 casos de violencia policial vinculada a malos tratos producidos desde 1960 hasta 2014. Pero ni el rigor académico ni el enfoque analítico exento de prejuicio político sirvieron a los populares para reconocer la evidencia. Para ellos, solo se puede hablar de torturas en el supuesto de condena judicial (20 sentencias del Tribunal Supremo que reconocen los casos de 31 personas). Cualquier otra catalogación es una “ignominia” (según la RAE, ofensa grave que sufre el honor o la dignidad de una persona).
Ignominia es, igualmente, no querer ver la realidad. O tratar de ocultarla. Ignominia es tener que sentir la reprobación -hasta en diez sentencias- del Tribunal Europeo de Derechos Humanos condenando la falta de investigación judicial de denuncias por torturas y malos tratos en el Estado español.
Volviendo a los sobresaltos, la Guardia Civil, tal vez añorando tiempos pasados, nos despertó el martes con uno de esos operativos efectistas que antaño protagonizaban los discípulos de Rodríguez Galindo y compañía. Macrooperación policial en Zarautz, Gernika, Iruñea y Bilbao conducente a la detención de cuatro representantes de la izquierda abertzale acusados de “enaltecimiento del terrorismo” tras haber participado en noviembre pasado (noviembre, ni más ni menos) en Lazkao en un acto público a la muerte de la expresa de ETA Belén González Peñalba. Dicho evento fue denunciado en su momento por Covite ante la Audiencia Nacional, denuncia que fue archivada a petición de la Fiscalía, que no observó “enaltecimiento” del terrorismo y sí una acción reivindicativa en favor del acercamiento de los presos enfermos. Hay que tener en cuenta que la fallecida (González Peñalba) llevaba ocho años cumpliendo condena en su casa por una grave dolencia que terminó con su vida.
El ruido benemérito cesó a las pocas horas con la puesta en libertad de los detenidos en el cuartel de Intxaurrondo.
El nuevo capítulo de retorno al pasado dejó una secuela más. La petición del portavoz del Gobierno vasco, Josu Erkoreka, para que la izquierda abertzale se sumara a la posición mayoritaria del Parlamento Vasco en relación al recibimiento a casa de presos excarcelados, evitando una doble victimización de las víctimas, fue interpretada por esta como una justificación de las detenciones, acusando al Gobierno vasco de “poner la alfombra roja a la intervención de la Guardia Civil”. Como siempre, la izquierda abertzale expurgaba su responsabilidad adjudicándosela a los demás, una práctica tan conocida como insolvente. Sobre todo cuando culpabilizar a los otros del debe de uno mismo es la única respuesta que Sortu sabe dar a los problemas que le afectan y le ocupan.
Problema, y muy serio, es buscar un futuro, una resocialización efectiva, para quienes tras largas condenas carcelarias salen de prisión sin un enganche laboral, familiar, afectivo o de protección. Cuando un preso, tras largos años de aislamiento, alejado de su casa, sale de la cárcel, se enfrenta a una soledad infranqueable. La izquierda abertzale trata de salvar ese impacto con el mundo real con los ongietorris, con las flores, los abrazos, las volanderas y hasta los aurreskus. Pero, pasados los petardos y los fuegos artificiales, la solidaridad se esfuma. Es básicamente la estructura de Harrera quien apechuga con esas vidas fracasadas que se enfrentan a un futuro de desamparo. En ese trabajo reparador, asistencial, Harrera busca ayudas. Ayudas para vivir en dignidad. Para tener una documentación en regla, para disfrutar de servicio de salud, para cobrar la RGI, para poder tener acceso a un alquiler social, para poder trabajar, para cobrar una pensión? Y en ese empeño, el Estado protector -¡oh sorpresa!- la Administración vasca que tanto denosta la izquierda patriótica, es la que responde en última instancia.
Por eso molesta, y mucho, que quienes no son capaces de atender a sus jubilados vengan a dar lecciones a todos y a exigir a respuestas a los poderes públicos vascos para que, sin competencia ni recursos económicos derivados de la Seguridad Social, se hagan cargo de una mejora sustancial en las pensiones a modo de complemento. Quince días después de que el pleno del Parlamento Vasco aprobara casi unánimemente una resolución sobre el incremento de las pensiones, su crecimiento al IPC, la eliminación de las medidas impuestas en 2013 y el traspaso de la gestión económica de la Seguridad Social, la izquierda abertzale, esta vez EH Bildu, se desmarca de todos para entrar en subasta populista. Así, se exigía que las instituciones vascas complementaran hasta los 1.080 euros mensuales las retribuciones de los jubilados de este país. Es difícil oponerse a algo tan aparentemente justo. Lo que ocurre es que EH Bildu no quiso decir que en ese supuesto están más del 56% de los pensionistas vascos (cerca de 280.000), lo que supone el 12% de la población total. A la propuesta le faltaba algo básico; la memoria económica. Esto, ¿cuánto cuesta? ¿Quién lo paga? ¿Y de dónde se detrae ese dinero? Alguno dirá que tales interrogantes son “minucias”, que “cuando se quiere bien que se puede”. Seamos serios. Los problemas deben resolverse con rigor, no con la irresponsabilidad de quienes actúan con desapego de la realidad. Cuando se vive abstraído de tal principio, la certidumbre, lo que puede y debe ser verdad y lo que no lo es, importa bien poco. Lo relevante es el parlez-vous, el discurso, el disparate de lo irrealizable. La impostura. Que se generen expectativas inciertas, que se alimente vanamente la esperanza de la gente a sabiendas de su falsedad con el consecuente rebote de frustración y descrédito parece ser lo de menos.
El único ámbito político que alimenta sugestivamente nuestra intriga reside en Catalunya. Inusual, excepcional, inaudito y asombroso. Minuto y resultado. Lo que no mejora, empeora. Y en Catalunya empeora y mucho. El escenario sigue siendo endiablado y la descomposición política advierte de la gravedad de unas circunstancias que amenazan con reventar todo el movimiento soberanista. No me atrevo a hacer más vaticinios. El escenario es tan cambiante que lo que ahora parece una cosa en dos horas es otra bien distinta. Lo advertí en su día; esto puede acabar como el rosario de la aurora. O peor. Y nos pasará factura a todos.