Quizás sea porque tienen una tez más morena o porque los vemos siempre rodeados de escombros y cascotes. Será porque el sol se oculta antes en sus ruinas, o porque hablan la lengua de los desiertos. Están a tres escasas horas de avión y ya han muerto más de veinte mil, pero no se zampan ningún telediario.

Hay siniestros maleteros que alcanzan el tamaño de ciudades enteras. Extraña solidaridad la nuestra que hace correr ríos de tinta, que llena largos telediarios con un niño infortunado y que mantiene tan lejos a los niños enterrados bajo los escombros. En un mundo en el que las distancias ya se desplomaron, los niños sirios son nuestro niños, ni más ni menos que el “pequeño pez” de nuestra Almería querida.

Nuestros telediarios no creen tantos abismos entre los Gabrieles propios y los ajenos; entre los que caen bajo manos poco piadosas o bajo bombardeos inclementes. Nuestro halo protector alcance a todos sin diferencia de piel, de etnia, de pasaporte; ya jueguen en los prados de naciente primavera, ya entre los escombros de agotado invierno; ya lancen sus cometas, más o menos ajadas, al cielo de Níjar o de Guta, al fin y al cabo un mismo Cielo.