EL título hace referencia a una serie de contradicciones que vemos entre nosotros y ante las que son precisas una serie de preguntas. Así: ¿qué está pasando para que habiendo salido de la recesión económica de los últimos años, sigan aumentando el empleo temporal y el paro de larga duración y no disminuya la precariedad laboral? ¿Qué está pasando para que en los deportes de masas, especialmente el fútbol, se estén moviendo cantidades exorbitantes de dinero? ¿Qué nos está pasando para que la política, liberada de la lucha armada de ETA, no se haya emancipado aún de la confrontación y de la violencia verbal, y que los representantes políticos estén continuamente a la greña, preocupados más en fustigar al oponente o ganar las elecciones que en buscar el bien común? Más específicamente, y bajando al terreno de la vida concreta de las personas, ¿qué nos está pasando para que, a pesar de un cierto aumento de bienestar y de consumo individual, haya tanto miedo a comprometerse con una pareja estable, una familia y unos hijos? ¿Qué nos está pasando para que la autoridad de padres y educadores esté cayendo progresivamente? ¿Qué nos está pasando para que haya tantas amenazas y agresiones en ámbitos hasta ahora tan sagrados como la familia, la escuela o los centros sanitarios? ¿Qué nos está pasando para que haya tanta violencia machista y abuso sexual? ¿Qué nos está pasando para que la mujer sea considerada como objeto de reclamo por parte de ciertos profesionales y agentes de publicidad? ¿Qué nos está pasando para que haya tantas personas solas y deprimidas? ¿Qué nos está pasando para que siga en aumento el número de suicidios? ¿Qué nos está pasando para que haya tantas personas con miedo al fracaso y desmotivadas?...
Necesidad, deseo y valor Entendemos que la respuesta a esta batería de cuestiones nos remite al complejo mapa humano de los deseos e intereses, necesidades y valores. En lo que sigue, nos vamos a centrar en el último binomio. De una manera muy simple, podemos definir las necesidades como las tendencias innatas que nos mueven hacia lo considerado importante, e incluso imprescindible, para la persona. Los valores, por su parte, son las tendencias innatas a responder a los objetos en cuanto son importantes en sí mismos y tienen, por ello, carácter universal.
De cara a las necesidades humanas, podemos distinguir entre necesidades materiales (dinero, bienes, propiedades?); físicas (salud, movilidad?); psicoafectivas (relaciones de afecto, mutua gratificación sexual?); psicosociales (aceptación social, autonomía, conocimiento, éxito profesional, respeto?) Los valores, a diferencia de las necesidades, no impulsan a la persona sino que la atraen a actuar. Los podemos definir como ideales fundamentales y duraderos, que se refieren a la conducta humana actual o al objetivo definitivo de la existencia.
En esta línea, hay que reconocer que no todas las personas se mueven por los mismos valores. De hecho, hay quienes priorizan los valores económicos en cuanto que son considerados como fuente de prosperidad y, en definitiva, de felicidad. Hay quienes priorizan los valores estéticos y artísticos (belleza, armonía?). Otros priorizan algún valor político (cohesión, orden, cambio, poder?) como indiscutible. Creemos que, por encima de todos ellos, deben primar los valores éticos en cuanto que comprometen lo que la persona humana tiene como más propio: el ejercicio de su libertad y de su responsabilidad. Los valores éticos son de orden práctico más que especulativo y miden verdaderamente la calidad humana de la persona.
La persona que vive enraizada en valores éticos no está al socaire de modas o de ambientes. Su conducta sigue la orientación del valor maduro que ya está interiorizado. Puede ser él mismo aunque eso, en ocasiones, le haga pagar un precio costoso. Sabe quién es y por qué vive así.
Instituciones al servicio de la persona ¿Qué nos está pasando? He aquí una pregunta que soslayamos por molesta. Más cuando constatamos que vivimos en una sociedad líquida y poco consistente, donde junto a grandes avances técnicos y sociales, se ha instalado la sensación de omnisciencia (con la ciencia y la técnica podemos saber y dominar todo); el individualismo más feroz, donde el ego de cada uno y de grupo desplaza al otro; la desconfianza mutua y, por fin, la religiónfobia por la que una determinada razón pretende excluir toda fe religiosa.
En este contexto, ¿dónde está presente la persona humana y su dignidad? No la persona abstracta, ideal y genérica, sino la persona concreta, de carne y hueso, la persona que se presenta en su fragilidad y precariedad existencial.
Al servicio de esta persona deben estar las instituciones sociales (económicas, políticas, culturales?) y también el compromiso de todos nosotros. Por desgracia, estamos olvidando la centralidad de cada persona. Estamos olvidando la fidelidad a la verdad, sin manipulaciones y mentiras; la justicia para con los más desfavorecidos; el ejercicio de la libertad que exige responsabilidad. Necesitamos un cambio radical en la asunción de valores que nos humanizan y nos hacen más solidarios, superando la magia y el postureo de las palabras, y pasando al testimonio de los hechos. Por eso, no es ocioso preguntarnos ¿qué nos está pasando?