BASTA con fijar la atención en cómo se ha desarrollado el capitalismo que hoy conocemos para darnos cuenta de que ha sido posible gracias a la economía del cuidado. Esto es, el trabajo doméstico de las mujeres y su dedicación a las hijas e hijos, familiares dependientes y al propio marido, han hecho posible que los hombres, liberados por el patriarcado de esas tareas, pudieran dedicarse a trabajar en fábricas, campos u otros centros productivos o de servicios y en el ámbito político.

Sin el rol laboral no remunerado de las mujeres no puede entenderse el funcionamiento real del sistema capitalista. También el trabajo reproductivo de las mujeres ocupa su lugar en este enfoque, no debemos olvidarlo. Pero en lugar de considerarse como un trabajo que debe ser compensado, el trabajo doméstico se ha consolidado históricamente como gratuito. Pero la economía del cuidado ha pasado a ser parte del vocabulario de Naciones Unidas y en ello tiene que ver los estudios que desde el feminismo han puesto al descubierto su verdadera naturaleza.

El concepto puede parecer difuso o demasiado general, pero es válido para señalar un hecho: las mujeres llamadas -o autollamadas- amas de casa y la doble jornada laboral que realizan las trabajadoras asalariadas son hilos explicativos del éxito del capitalismo sin que éste se haya propuesto nunca compensarles económicamente. De hecho, la economía del cuidado tiene tanto peso que las propias políticas públicas dan por descontado el cuidado no remunerado que se ejerce en el interior de las familias. Los países con legislaciones sobre dependencia hoy por hoy reproducen el mismo esquema.

La inequidad de género Si destaco el papel del feminismo es porque su análisis ha desvelado, visibilizado y expuesto el papel funcional del trabajo doméstico. Esto es justamente lo que han obviado los enfoques económicos convencionales, demasiado contaminados por el telón de fondo del patriarcado. Al colocarse en la agenda la economía del cuidado, se ha podido identificar con mayor claridad la inequidad de género. Lo que cabe decir en términos generales es que economía productiva y economía del cuidado van de la mano y no se puede entender la primera sin la segunda.

Hay tres características en el trabajo doméstico a destacar: la invisibilidad, su no contabilidad y su no remuneración. En cuanto a la primera ocurre que se da como una cualidad natural de las mujeres; la segunda tiene que ver con que el trabajo doméstico no se cuenta como creador de riqueza; la tercera condición es consecuencia de las dos anteriores. Todo esto tiene que ver con la división del trabajo patriarcal, que sanciona al hombre como productor, a la mujer como reproductora, al hombre como trabajador público y a la mujer como responsable de lo privado-doméstico.

Hay, de todos modos, mucho trabajo productivo escondido en el doméstico. Basta con que nos fijemos en el mundo rural, en los casos de cría de animales, labores de huerta, recolección... actividades que en nuestro entorno pueden ser menores pero que ocupan mucho tiempo a las mujeres de países desfavorecidos o pobres. En este sentido es ilustrativo un chiste del genial Forges -recientemente fallecido- en el que se le pregunta a una mujer sobre su profesión. Ella responde: “limpiadora, cocinera, doncella, costurera, planchadora, niñera, maestra, telefonista, recepcionista, choferesa, psiquiatra, enfermera, puericultora, economista, matemática, intendente, geisha y amante”. Entonces el mismo tipo le dice: “todo eso no cabe”. Y ella responde: “entonces ponga ama de casa, es lo mismo”.

Un derecho central Es un tema complejo, pero me atrevo a afirmar que todo análisis de realidades económicas de país debe incluir modificaciones sustantivas al reconocimiento y tratamiento de la economía de la reproducción social y el cuidado de las personas. Debe ser así, si hay propósito de equidad y de extensión de derechos que son ineludibles en pleno siglo XXI. Reconocer y retribuir el trabajo a quien lo realiza está previsto en todos los documentos y declaraciones sobre Derechos Humanos. Los derechos económicos han pasado a ser considerados derechos centrales y la economía del cuidado tiene mucho que decir al respecto de que cómo se han de aplicar tales derechos.

Lo cierto es que la economía del cuidado hace un aporte muy considerable que al no ser tenido en cuenta se convierte en un inmenso subsidio de las mujeres al resto de la sociedad. Por decirlo de otro modo, su trabajo tiene un precio, aunque plantea dificultades la valoración en términos monetarios y de tiempo. Ahora bien, como gran parte del cuidado ha sido históricamente gratuito y es atribuido a las mujeres, se requiere una sensibilización sobre el tema porque es un cambio de paradigma. Implica un replanteamiento profundo de los roles de género porque se trata de distribuir el cuidado entre el estado, el mercado y otros miembros de la familia, principalmente hombres.

La profesora feminista de la Universidad de Barcelona Cristina Carrasco advierte muy acertadamente que cambiar el marco analítico ha permitido replantear algunos conceptos, discutir las estadísticas económicas, proponer nuevas estadísticas que incluyan los trabajos no asalariados, construir nuevos indicadores, intentar elaborar políticas públicas sin sesgo de género o dar pasos para integrar una perspectiva de género en los presupuestos públicos. Sin embargo, quedan desafíos pendientes e incógnitas por dilucidar. Uno de ellos, tiene que ver con la posibilidad de integración analítica del trabajo doméstico y de cuidados en los modelos o circuitos económicos y en el sistema fiscal y de pensiones.

Potencial transformador Estos planteamientos no solo son una verdadera revolución económica, al reconocer el cuidado como un sector productivo, sino también un cambio social esperado, ahora que el envejecimiento de la población genera demandas de cuidado superiores. No tengo propuestas concretas, me conformo con divulgar la idea de cómo la economía del cuidado, poco a poco, y de la mano de economistas feministas, van ganando espacio en Naciones Unidas para reconocer el trabajo del cuidado como un elemento central para el desarrollo económico y el bienestar humano.

La feminista Amaia Pérez Orozco nos recuerda que “decir que trabajo no es solo trabajo asalariado, así, simplemente, parece una obviedad o un mensaje demasiado manido y ya sin fuerza. Sin embargo, tiene un potencial transformador no sólo desaprovechado, sino, a veces deliberadamente, negado. Decir que trabajo es mucho más que trabajo asalariado desde un posicionamiento feminista implica hablar de invisibilización de trabajos de las mujeres, invisibilización de las mujeres mismas, apropiación de sus experiencias, negación de la complejidad de sus vivencias de subordinación y resistencia y negación de sus diferencias, infravaloración de la responsabilidad de los mercados en la re-creación de jerarquías sociales”.

Hay una mentalidad extendida y equivocada según la cual hay unos trabajos para hombres y otros para mujeres, lo que justifica una división del trabajo realmente injusta. El cuidado se encuentra fuera de la economía formal. Pues bien, el trabajo doméstico no remunerado es tan valioso como el trabajo remunerado, por lo que las medidas derivadas de éxitos económicos que son posibles en buena medida gracias al trabajo invisible de cuidados, debieran incluir beneficios en el trabajo domestico no pagado.