ACTUALMENTE, el 80% de los impactos ambientales de cualquier producto se pueden evitar en la fase de diseño. El problema es que se diseñan productos con fallos o con muy poca durabilidad para que el consumidor vuelva a cambiar de artículo y pague por otro. Es la obsolescencia programada.
Es muy fácil ver en cantidad de productos o artículos que compramos lo difícil o, incluso diría más, lo imposible que resulta desarmarlos para que se puedan aprovechar sus recursos naturales, ya que una mezcla de algunos componentes también puede dañar los procesos productivos. Pero también sucede que no se pueden reparar porque fueron concebidos y fabricados para funcionar de tal manera que se cumpla lo que es la sociedad de consumo actual, es decir, comprar, usar, tirar y volver a comprar. Claramente estos productos no fueron diseñados con la intención de ser reparados.
Hasta hace muy poco, y ahora todavía, aunque se intenta hacer las cosas poco a poco de diferente manera, las inversiones en I+D se han realizado con el fin de reducir la durabilidad de los aparatos, más que en busca de mejorarlos para el consumidor. Cantidad de productos, entre ellos y por citar algunos, los electrodomésticos, bombillas, aparatos electrónicos, etc., tienen unas expectativas de vida muy cortas. Así, por ejemplo, los móviles tienen una expectativa de vida que oscila entre uno y dos años. Los materiales con los que se fabrican estos aparatos son en su mayoría escasos y valiosos, por lo que la falta de reparación, reutilización y reciclaje provoca un despilfarro de recursos naturales. Pero a su vez son muy contaminantes, lo que conlleva impactos muy graves tanto en las zonas donde se extraen los materiales como en aquellas donde se depositan sus residuos.
La iniciativa sueca Cuando el consumidor se aventura en preguntar o intentar reparar uno de esos aparatos, se le dice muy rápidamente que resulta más barato comprar uno nuevo o simplemente que no se puede reparar. Con semejante respuesta, parece que tuvieras que emigrar a Suecia. Tal como suena. Pero, ¿qué tiene que ver el país nórdico con las reparaciones de determinados artículos o productos? Pues mucho. El Gobierno sueco, hace dos años, decidió aplicar exenciones tributarias a los ciudadanos y a las ciudadanas que opten por reparar los objetos en vez de reemplazarlos a las primeras de cambio. La medida incluye frigoríficos, lavadoras, bicicletas y también ropa. Se ha reducido a la mitad el IVA que se aplica a las reparaciones de ropa y de bicicletas. Sin duda, el hecho de rebajar el coste de las reparaciones puede animar a fabricar productos de mayor calidad y durabilidad. Y hay otros beneficios asociados: las reparaciones suelen hacerse en el mismo lugar de la compra, por lo que no corren el riesgo de deslocalizarse, como sí sucede en el caso de la producción. En otras palabras: creación de puestos de trabajo para los suecos y las suecas. Suecia, líder en tantas cosas positivas, ha querido marcarse un tanto en la lucha contra la obsolescencia programada.
De todas formas, es justo reconocer la labor tan meritoria que llevan haciendo en Euskadi entidades como Koopera, Berziklatu, Rezikleta, Traperos de Emaús u otras en cuanto a la reutilización, reparación, además del reciclaje, con el apoyo de las instituciones vascas. Es una labor en la que cobra fuerza la economía circular en vez de seguir el paradigma de la economía lineal -produzco, uso y tiro- y, por tanto, pone en un primer plano la prevención, reutilización, reparación y reciclaje.
Ahora bien, todavía estamos lejos de lo que es la economía circular y aunque las instituciones vascas no tengan competencias al respecto en algunas cuestiones, sí se pueden poner en marcha algunas iniciativas muy importantes en la transición hacia una economía circular. De hecho, ya se viene haciendo en los últimos años.
Legislar en el sentido de que al fabricar un producto tengamos en cuenta el residuo que se va a generar para que este sea reutilizable; o que se pueda reparar cuando tiene alguna avería, lo que implicaría hacer que las marcas aumenten las garantías; que las marcas diseñen productos que permitan la extracción de piezas, componentes y baterías; rebajar impuestos a las marcas que lo hagan; asegurar la disponibilidad de residuos con las condiciones adecuadas para la reutilización en centros especializados; perseguir y multar la obsolescencia programada intencionada; facilitar una financiación garantizada de la preparación para la reutilización en coherencia con la Responsabilidad Ampliada del Productor; más medidas efectivas de reducción en la generación de residuos; impulsar las empresas sociales para la reparación, reutilización y reciclaje de residuos... Todo eso sería avanzar a un estadio cualitativamente muy diferente al actual.
Y otras en Europa De todas formas, un paso muy positivo se puede dar en el marco europeo próximamente. Y es que el 4 de julio del año pasado, el Parlamento Europeo aprobó con 662 votos a favor y 32 en contra el Informe sobre una vida útil más larga para los productos, instando a la Comisión Europea a que adopte medidas. Cabe pensar, que la Comisión Europea tendrá que poner en marcha algunas iniciativas al respecto.
Otro dato de interés es el de Francia, que abandera la lucha contra la obsolescencia programada. A este respecto, cabe señalar, que el senador francés Jean-Vincent Placé, presidente de los Verdes de ese país, se convirtió en el paladín de la lucha contra la obsolescencia programada al presentar en marzo de 2017 un proyecto de ley para sancionar a los fabricantes que utilicen esa táctica mercantil, por considerarla injusta y perjudicial para el medio ambiente.
Como él mismo detalló en una comparecencia en el Senado francés, en el 45% de los casos los aparatos son sustituidos cuando todavía están en buen funcionamiento o deberían poder ser reparados: “Hay que poner fin a esta estafa de usar y tirar. Se debe garantizar el poder utilizar productos fiables, reparables y duraderos”, afirmó.
La solución no es sencilla y romper con inercias del pasado no es cuestión de dos días, pero cabe preguntarse ¿en un contexto de incesante avance tecnológico, es tan difícil mejorar la durabilidad de los productos?
Por último, quisiera mencionar la problemática de la energía. En todos los procesos de producción utilizamos energía y los productos contienen energía embebida. Cada vez que reciclamos un producto y requerimos energía para transformarlo, estamos perdiendo parte de la energía embebida y aumentando la energía de transformación, haciendo que nuestro producto adquiera una mayor huella de carbono, si bien estamos aprovechando unos recursos. El reto aquí es de dos tipos. El primero, cambiar nuestros sistemas energéticos por unos que no generen emisiones de carbono, y el segundo, hacer que nuestros sistemas de aprovechamiento sean eficientes y requieran la menos cantidad de energía.