¿Capitalismo verde?
LAS conversaciones sobre el clima de París en diciembre de 2015 fueron caracterizadas como la última oportunidad de la humanidad para responder al cambio climático. Muchos esperaban que se llegara a algún tipo de acuerdo internacional, como así fue, comprometiendo al mundo a reducciones significativas en las emisiones de gases de efecto invernadero, a pesar del señor Trump. Pero la cuestión no es solamente que Estados Unidos haya decidido desmarcarse del Acuerdo de París, por transcendente que sea esta decisión. Quizá el asunto fundamental sea que las tan anunciadas soluciones de objetivos de reducción de emisiones y control de los mecanismos de mercado parecen insuficientes para lo que se requiere, que no es sino mitigar o minimizar los terribles efectos del cambio climático sobre el planeta.
Una parte importante de los fondos para la reunión de París provino de las principales compañías de combustibles fósiles y de los emisores de carbón. Aunque quizá no sea excesivamente sorprendente, este hecho insinúa que nos enfrentamos a un problema más profundo: el sistema económico global del capitalismo corporativo parece no dispuesto a alcanzar los niveles de descarbonización necesarios para evitar los devastadores efectos del cambio climático.
Poco a poco se va extendiendo la perspectiva de autodestrucción creativa, en la que las empresas están atrapadas en un ciclo de explotación de los recursos del mundo de maneras cada vez más irreversibles. Esto es evidente en la prisa que muestran algunas de las compañías más grandes del mundo por realizar perforaciones petrolíferas en aguas profundas y árticas, procesamiento de arenas bituminosas, nuevas megaminas de carbón y el fracking (de momento en aparente declive) de esquistos y gas de vetas de carbón. Estos ejemplos resaltan tanto el genio inventivo del capitalismo corporativo como la ceguera de la industria y los gobiernos ante la degradación ecológica a la que están contribuyendo.
A pesar de las alarmas provenientes de la ciencia, las grandes corporaciones pueden seguir dedicadas a la explotación del medio ambiente al oscurecer deliberadamente el vínculo entre el crecimiento económico sin fin y el empeoramiento del medio ambiente del planeta. Lo logran al desafiar las percepciones de la crisis climática; suelen enfocar el problema como un tema de debate partidista en lugar de plantearlo como un problema social, económico y político que atañe al futuro de la humanidad. Es más, a través de la narrativa del capitalismo verde, las corporaciones y el mercado son percibidos como el mejor instrumento para responder a la crisis climática. En este imaginario corporativo, los productos y servicios verdes, el aumento de la ecoeficiencia y el dominio ingenioso y tecnológico del emprendimiento empresarial nos salvarán de un oscuro futuro planetario.
Además, los ciudadanos están inscritos como parte activa de las campañas corporativas, y como consumidores y ecoemprendedores en la búsqueda del consumo verde. Somos las marcas que usamos, los autos que conducimos, los productos que compramos; y de alguna manera nos reconforta, por familiaridad, encontrar el futuro, percibido como seguro, en manos del mercado.
La brillante imagen del ecologismo corporativo y la sostenibilidad empresarial no promete conflictos ni compensaciones. En esa visión es posible abordar el cambio climático mientras se continúa con la expansión global del consumo. Por sorprendente que parezca, no hay contradicción entre el progreso material y el bienestar ambiental. No se nos dice así, pero se nos sugiere, inequívoca y persuasivamente.
Al proponer que basta con las iniciativas corporativas, la visión conciliadora del capitalismo verde también se ajusta bien al paradigma económico y político dominante de nuestro tiempo, el neoliberalismo. Las alternativas al laissez-faire, como la regulación estatal y las restricciones obligatorias sobre el uso de combustibles fósiles, se consideran contraproducentes e incluso perjudiciales. Parece que no hay alternativa al mercado. Y da la impresión de que es más fácil imaginar el fin del planeta que el fin del capitalismo.
Tal es la supremacía de nuestra imaginería capitalista actual, que ejerce un control poderoso sobre nuestro pensamiento y nuestras acciones. Es un poder fortalecido por la promoción de cada nuevo producto verde, un poder ejercido a través del establecimiento del discurso controlado de la sostenibilidad en los negocios y la política.
En última instancia, el éxito o no de las conversaciones sobre clima de París en los próximos años quizá resulte irrelevante para desafiar la dinámica fundamental subyacente a la crisis climática. Pues parece claro que la descarbonización radical basada en poner límites al consumo, al crecimiento económico y a la influencia corporativa no está sujeta a debate. Por el contrario, las élites globales se decantan por una acentuación de estas tendencias. Hasta que la economía, las finanzas y la política se responsabilicen de lo que establece la ciencia, el dominio del capitalismo corporativo asegurará la progresiva eliminación de nuestro clima habitable.
Inversores y accionistas buscan maximizar el rendimiento de sus inversiones, lo que requiere ventas crecientes y un mayor consumo de recursos. Los presidentes de los consejos y las juntas corporativas intentan lidiar con este problema de dos maneras. La mayoría simplemente lo evita y continúa con sus negocios como siempre. Las compañías más agresivas desde el punto de vista ideológico, como ExxonMobil, financian a los que niegan el problema del clima. Paradójicamente (quizá no tanto), Exxon perfora petróleo en el Ártico ruso gracias al calentamiento que niegan.
Otros reconocen que el problema es real, pero intentan parecer más sostenibles para los clientes, empleados e inversores conscientes del medio ambiente al adoptar un enfoque ecológico, por lo que reducen los desperdicios e introducen el reciclaje; comercializan productos verdes como alimentos orgánicos, productos de limpieza para el hogar menos tóxicos, bombillas y electrodomésticos de bajo consumo, etc.; ponen paneles solares en sus techos, y así sucesivamente.
La producción verde, en realidad, no altera la prioridad corporativa fundamental del crecimiento y las ganancias sobre el medio ambiente. ¿Qué importa realmente, por ejemplo, si Ford Motor Company produce automóviles híbridos y cubre el techo de su planta de automóviles con células solares cuando lo que producen después de todo son automóviles, que son millones y millones de calentadores globales? Para salvar a los humanos, lo que necesitamos no son coches verdes, ni coches eléctricos, sino muchísimos menos coches, como afirma Naomi Klein. ¿Se va a suicidar Ford para salvar a los humanos? Es posible que deseemos y necesitemos teléfonos, pero estos no pueden ser sostenibles si son desechables. Sin embargo, ¿cómo puede Apple mantenerse en el negocio si deja de producir productos desechables?
¿Por qué no se plantean estrategias radicales? Por ejemplo, valdría la pena dejar de ver las ganancias privadas como el único propósito de las corporaciones e implementar políticas que las animaran a transformarse en esa dirección. Valdría la pena plantearse tasar menos los ingresos y mucho más las prácticas contaminantes. Pero incluso los inversores y las empresas que demuestran sensibilidad hacia el problema medioambiental permanecen en silencio ante esta posibilidad.
¿Puede el capitalismo verde salvar el planeta? El idealismo del capitalismo verde puede servir como un punto medio entre el motivo de la ganancia económica inexorable y el uso ecológicamente sostenible de los recursos naturales de que dispone el planeta. La extrapolación de la consecuencia inmediata del cambio climático al escenario probable de casi extinción puede ser una forma especialmente carente de tacto para motivar a las personas a la acción, pero podría ser eficaz.
En cualquier caso, la contradicción ecológica básica del capitalismo no resulta fácil de resolver: la maximización del beneficio y la salvación del planeta están inherentemente en conflicto aunque, aquí y allá, puedan coincidir en cierta medida. El mundo empresarial abraza el ecologismo siempre que esto incremente las ganancias. Pero salvar el planeta requiere que la búsqueda de ganancias esté sistemáticamente subordinada a las preocupaciones ecológicas, y, a pesar de lo que nos jugamos, esto es esperar demasiado, al menos por el momento.