YO acuso a los negociantes en la sombra?”, rezaba el desahogo que Jon Mujika vertía ayer en estas páginas. En su punto de mira, los representantes, un gremio que en cuestión de unos pocos años ha construido un poder que se codea abiertamente con instituciones centenarias y que, a cambio de un porcentaje, decide carreras, diseña plantillas y marca el paso de la actualidad informativa.

Los representantes de futbolistas no son los únicos que aconsejan y logran orientar voluntades. Está también el entorno del jugador, principalmente la familia, cuya influencia se equipara o supera en ocasiones a la que ejercen las empresas montadas por los agentes oficiales, aquellos que están en posesión de un carnet homologado. Hermanos o padres que se animan a llevar las riendas de la negociación y acaban determinando el futuro del famoso de casa. Amateurs compensados. En el Athletic conocen a fondo esta casuística. Las paredes de Ibaigane son testigos de la trascendencia que cobran los vínculos sanguíneos cuando se trata de regatear sobre temporadas, fichas y cláusulas. Tanto es así que, aunque parezca increíble, una vez ocurrió, y no hace tanto, que el factor que condicionó el desenlace de unas conversaciones no fue sino la tajada que pretendía sacar el hermanísimo de turno.

En teoría, es el futbolista quien tiene la última palabra, pero viendo el curso de algunas operaciones se llega a dudar de que así sea. En la práctica asistimos a situaciones de difícil comprensión, como la que protagoniza ahora mismo Kepa Arrizabalaga, quien después de un montón de meses de tiras y aflojas, de repente se encuentra empantanado en mitad de una coyuntura que supuestamente le debería favorecer. Pese al empeño de sus compañeros, que insisten en que todo discurre por los cauces de la normalidad, a nadie se le escapa que el portero se ha colocado en una posición incomodísima.

El club que al parecer le pretende y con el que se da por hecho que ha acordado algo, no emite señales. Bueno, es peor que eso, pues un portavoz autorizado de dicha entidad proclama sin rubor su desdén hacia Arrizabalaga, sin que nadie le enmiende la plana. Mientras, el protagonista continúa sin abrir la boca. Parece que no se ha dignado a responder a la oferta del Athletic y la tardanza solo cabe interpretarse como una negativa. Pero tampoco confirma que su intención sea cambiar de aires. Amparado en el silencio y resguardado tras una lesión, acude a diario al tajo como si fuera ajeno a la que está cayendo.

Quizá Arrizabalaga crea que puede mantener este hermetismo indefinidamente, por ejemplo hasta que su contrato venza. Su postura no es de recibo. Al margen de lo que piense en su fuero interno, el club que le paga merece un respeto. Si su agencia no ha sabido hacer los deberes, el Athletic no tiene la culpa. Ninguno de los estamentos que forman el Athletic, quiere decirse, no solo su presidente. De modo que más pronto que tarde, Josu Urrutia le trasladará la última pregunta posible: ¿aceptas o no lo que se te ha propuesto para renovar? Luego, actuará en consecuencia y no es preciso añadir más si se confirma lo que cualquiera intuye a estas alturas.

Uno se pregunta que con qué cara entra Arrizabalaga cada mañana en Lezama. Uno se pregunta también qué milonga le cuentan sus asesores, esos que ha contratado para velar por sus intereses y le han puesto a los pies de los caballos. Es igual. Qué más da ahora que ya ha aparecido, oportuno él, Fernando Llorente, el de la “oferta irrechazable”, para guiar sus pasos en trance tan delicado. La voz de la experiencia. Consejos vendo y para mí no tengo. En fin, parece mentira que los futbolistas no tomen nota y escarmienten en cabeza ajena.