En los últimos años ha surgido un debate que trae por la calle de la amargura al colectivo médico. Sin ningún rigor científico, sin ningún estudio previo y con la mayor de las osadías por montera, una serie de sujetos proclama a los cuatro vientos que las vacunas son peligrosas para los seres humanos y, en especial, para su colectivo más tierno: el de los niños. No tiene en cuenta este colectivo de osados que enfermedades como la viruela, la poliomielitis o la malaria ya no causan los estragos que vivieron generaciones anteriores. Incluso la primera, que llegó a matar al 35% de los pacientes que la sufrían además de provocar graves problemas de visión a otros, es hoy un simple mal recuerdo. Con respecto a la poliomielitis, cabe recordar que ya no se ve con tanta frecuencia como hace cincuenta años a niños o adolescentes con malformaciones que les impedían andar. Otro buen número de enfermedades ya no son tan letales como antes, gracias a los avances médicos que comenzaron allá por 1796, cuando el doctor Edward Jenner administró la primera dosis de una vacuna contra la viruela. Pero este país tiene particularidades que son difíciles de entender. Si unos padres pueden negarse ante el médico a que sus hijos sean vacunados, no pueden hacer lo mismo ante el veterinario si de vacunar a sus mascotas se trata. ¿Quién es más animal en estos casos?
- Multimedia
- Servicios
- Participación
