El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, ciudadano de un país, Luxemburgo, más pequeño en dimensiones y en habitantes que Catalunya, ha ejercido como representante europeo con la siguiente propaganda. Recalca que la UE se basa en las reglas del Derecho y ha advertido de que el día que no se respeten las normas libremente aceptadas por todos y todas Europa habrá perdido sus oportunidades. “No podemos jugar con sus derechos”, ha subrayado antes de alertar de la “amenaza que planea sobre la Unión” por parte de los nacionalismos.
A su juicio, los nacionalismos, son “un veneno que impide que Europa trabaje de manera conjunta para influir en la esfera mundial”. Y ha sentenciado: “No tenemos el derecho a deshacer a nivel nacional y regional un modelo de coexistencia del que nos hemos dotado y que hemos de construir para el conjunto de Europa. Si lo hacemos entraremos en deriva”. “Sí a la Europa de las naciones, sí a la Europa de las regiones, pero digo no a la división de las categorías nacionales y regionales que hemos sobrepasado ya desde la Segunda Guerra Mundial”, añadió; “Digo no a cualquier forma de separatismo que fragiliza Europa y añade fractura y división”.
Desde los pronunciamientos anteriores es desde donde emerge que “el coco del nacionalismo” es horrible para el país; cuando no es ni más ni menos que un movimiento político que reivindica el derecho de una nacionalidad a la reafirmación de su propia personalidad mediante la autodeterminación política y cultural.