Quien falla al abrochar el primer botón...
VISTO lo ocurrido en Catalunya, me viene a la cabeza Giordano Bruno (1548-1600), nacido cerca de Nápoles, entonces bajo dominio español, dominico, filósofo, teólogo y astrónomo, acusado de herejía y quemado en la hoguera por la Inquisición romana. Bruno sostenía que Cristo era un hombre mortal y el sol, una estrella entre otras muchas del Universo. Lo primero sigue siendo objeto de discusión, creyentes y agnósticos nunca se pondrán de acuerdo al respecto. Lo segundo es irrevocable, la ciencia de la astronomía nos ha puesto en nuestro sitio: la Tierra es un diminuto planeta que gira alrededor de uno de los miles de soles existentes en el universo. Como los errores no salen gratis, ignorar el descubrimiento de Giordano Bruno supuso un retraso notable en el desarrollo científico europeo. Y es que el propio Bruno nos advirtió: “Quien falla al abrochar el primer botón, ni el mediano ni el último adivina”.
¿Cuál fue ese primer botón que no acertó a abrochar el movimiento independentista catalán? La falta de una verdadera unidad, más que claro lo tengo. Peor aún, esa unidad era tan imposible como fingida. Las diferencias entre la CUP y la antigua Convergencia fueron de tal calibre que los cuperos exigieron y obtuvieron la cabeza de Artur Mas mientras Esquerra Republicana consentía porque su objetivo no era otro que alcanzar la primogenitura del soberanismo. Derrapando el procés entre resoluciones parlamentarias cada vez más esquinadas contra la ley y su propio reglamento, nadie fue capaz de apearse en marcha y al final del mismo, tras la declaración de independencia, las caras largas estaban del lado del PdeCAT y de Esquerra y los saltitos y abrazotes, del de la CUP. Todos lo vimos y salimos de dudas, la declaración de independencia nacía plegada sobre sí misma como un ombligo recién cortado.
Mazazos y consecuencias De inmediato vinieron los mazazos, no por esperados menos injustos: querellas, fianzas y encarcelamientos. Y sus consecuencias: reposicionamientos políticos, declaraciones exculpatorias y exilios. De pronto se volvieron realistas cuando la represión les azotó de lleno en el rostro. Olvidaron que cada cual es artífice de su propia suerte y sobre todo olvidaron que la mayoría de los medios de comunicación españoles, desde luego los más vistos y oídos, engendran sin descanso sospecha, mentiras, odio, miedo y malicia sobre Catalunya. Los tertulianos, psicóticos sin diagnosticar, están en su elemento, se desahogan y acaban por intentar hacernos creer que el caballo de Troya fue una famosa estratagema inventada por Juana de Arco en el asedio de Orleans, o algo parecido, cuando hablan, y tan ricamente, de las noticias falsas que sobre España fabrican los hackers desde Moscú.
Carles Puigdemont, un rostro que ha cogido un atajo hacia la vejez sin que el conductor se haya percatado, se ha enamorado de las apariencias. En la creencia de que cualquier dificultad se derretía con las movilizaciones de la Asamblea Nacional de Catalunya y el Omnium Cultural, desoyó todos los consejos del lehendakari, Iñigo Urkullu. Puigdemont se sigue viendo como el presidente en el exilio de un gobierno legitimado por una declaración del Parlament devaluada por los propios que la promovieron. Una declaración que la propia presidenta de la Cámara, Carme Forcadell, dice ante los jueces que nunca existió. ¿Dónde quedó la coherencia personal? ¿De qué sirve derribar constituciones si el ser humano no cambia? Y quien tenga miedo a los lobos que no vaya al bosque. Estamos asistiendo a un desfase temporal en la eliminación de los mitos populares. El solo soplido de la aplicación del artículo 155 apagó la vela de la República catalana. Cristo hizo una concesión desesperada al racionalismo humano: “Si no creéis en mí, creed al menos en mis obras”. Pero, ¿en qué obras pueden creer los que comprueban que nada había previsto tras la declaración unilateral de independencia, que todo eran palabras sobre palabras y papel sobre papel?
No creo que Puigdemont sea reelegido salvo el improbable caso de que la persecución legal que sufre mueva a la compasión de los electores. Le quedará entonces la autoconmiseración, aquello que tan bellamente dejó escrito el poeta: “Pero si no consigues conservar tu reino / y como tu padre antes que tú, llegas / a donde el pensamiento acusa y se burla el sentimiento / cree en tu dolor” (W. H. Auden, El mar y el espejo).
El olvido es una medicina, y hay que tomarla a tiempo. Por ese mismo motivo, las próximas elecciones no serán otra oportunidad para la independencia, que por el desgaste sufrido en los movilizados y el destrozo de imagen de los actuales líderes no veo plausible hasta dentro de otros diez años. Sin embargo, nos aportarán muchos datos y algunas conclusiones: quién liderará el soberanismo; si la unidad del movimiento independentista se desecha por imposible; si el bloque unionista es una quimera; si el PP catalán se vuelve del todo insignificante; si Ciudadanos es capaz de atraer al voto españolista; si la CUP paga factura por su intransigente coherencia; si Esquerra es tan pragmática como suponemos; si el Partido Socialista tiene algo que hacer, y si Podemos se quema finalmente los dedos con tan candente problema o adiós muy buenas.
Una mano lava la otra Mi pronóstico es el de empate, punto arriba, punto abajo, entre independentistas y unionistas. Mi intuición es que Ada Colau y Marta Rovira, el centro izquierda democrático radical, acabarán entendiéndose. Mi presunción es que tendremos que acostumbrarnos a hablar de las diferencias entre los propios independentistas y los impropios unionistas, tan juntos y tan desiguales. Mi conclusión es que una mano lava la otra. En Comú lavará la de Esquerra y las dos, la cara de Catalunya, tan necesitada de lavado después de los golpes, lloros y maquillaje en demasía. ¿Sabrán ahora los catalanes abrocharse el primer botón? La unidad parece tan lejana como inmediata la montaña rusa de embargos, juicios, extradiciones, procesos públicos? que son antes que nada acontecimientos mediáticos donde el diablo, Dia bolos -en griego, calumniador-, campa a sus anchas. Por de pronto, el verde esperanza independentista ha cogido un color invernal, de verde fatigado, pálido sin ser desvaído, y en invierno conviene abrocharse bien todos los botones para no dar la impresión de desastrado y para poder soportar mejor el frío.
Giordano Bruno pagó con la vida su herejía, pero nadie pide a los dirigentes independentistas tal muestra de heroicidad, tan solo que se abrochen ordenadamente la chaqueta. Empezando por el primer botón, el de la unidad de la ciudadanía; siguiendo por el mediano, el de las decisiones compartidas en las instituciones parlamentarias, y acabando por el último, el del pacto con el Estado. ¿Diez años más había dicho? Tampoco me parece tanto.