QUEDA muy poco que aportar a la vorágine catalana, pero tampoco es bueno el olvido. He utilizado el término vorágine como la “mezcla de sentimientos muy intensos que se manifiestan de forma desenfrenada”. Creo que es el más atinado, también ahora que parece que las aguas vuelven a su cauce, si bien dicho cauce es irregular, poco definido, impreciso. Tanto que, a pesar de que se le haya puesto una fecha concreta para su esclarecimiento, el 21-D, que será el día electoral fijado por la autoridad competente, todo indica que dicho día empezará una nueva andadura, si bien los caminantes, catalanes todos ellos aunque de diferentes tendencias, abordarán sus aventuras de modo más ordenado.

Las cadenas de televisión han informado del procés catalán con gran profusión y con gran intencionalidad. Es verdad que las reseñas y los relatos han coincidido en los datos, pero no tanto en las valoraciones, porque los comentaristas han determinado en cada caso la dirección de sus apreciaciones. Sin embargo, el asunto ha tenido una sola intención por parte de sus instigadores: agitar las aguas de la convivencia de los catalanes para crear un caldo de cultivo proclive al conflicto. La solución de dicho conflicto daría pie a la reclamación del independentismo. Y como todo conflicto implica desórdenes y enfrentamientos -al menos dialécticos-, el término vorágine resulta el más ajustado a la realidad.

¿Qué ha pasado en Catalunya? Quienes no hemos vivido en tal realidad nos estamos rigiendo por las informaciones de los diarios y por los juicios vertidos por los líderes de opinión. Sin embargo, lo prudente es valorar cuanto ha acontecido con serenidad, lejos de la prisa con que los agentes políticos independentistas han querido atosigar a los ciudadanos. Ha dado la impresión de que a los catalanes les asistían todos los derechos, fueran o no conformes al ordenamiento jurídico, y al resto de los españoles no nos asistía ninguno, aunque el desenlace final nos afectara a todos en algún sentido. Pero la pregunta es pertinente: ¿qué ha ocurrido en Catalunya? Para cualquier estudioso, simplemente para cualquier inquieto, lo ocurrido en Catalunya y los caminos recorridos por los catalanes a instancias del aventurero Puigdemont, resulta de gran valor para quienes creemos que la política es una disciplina noble que, en buena lid, ha de perseguir que la vida de los ciudadanos sea más confortable y saludable y que la convivencia debe estar fundamentada en la solidaridad entre los pueblos y también entre las personas. ¿Es esto lo que ha pretendido Puigdemont o es justamente la insolidaridad la que ha conducido los pasos del president?

El conflicto ha desembocado en la más benigna y misericordiosa aplicación del artículo 155 de la Constitución, que fue redactado en su día con ambigüedad, quizás para no ser aplicado nunca, porque nadie preveía que apareciera por ningún lado un desalmado provocador como el, por otra parte, cobarde e irresponsable Puigdemont.

Los artífices de este desastre no han dudado a la hora de organizar la urdimbre que ha convertido a las instituciones catalanas en colaboradores imprescindibles de la debacle. Bajo la supervisión del señor Puigdemont y de sus obedientes y sumisos consellers -ANC y Omnium-, han campado a sus anchas de las manos de dos agitadores de igual nombre (Jordi), y de iguales maneras e inclinaciones. Fueron ellos -los Jordis-, quienes llenaron las calles de gentes embaucadas para que al frente se pusiera el president que nunca soñó con serlo. El encarcelamiento de los Jordis fue el preámbulo del encarcelamiento de los consellers, de la desbandada de Puigdemont y de la reconversión del mosso Trapero y de la señora Forcadell, tras todos los desaguisados provocados por él, en las calles catalanas, y por ella, en el Parlament.

Las declaraciones solemnes de Forcadell no admiten dudas, pero incitan a la carcajada: reniega de la Declaración de Independencia (DUI), admite la Constitución (¡ojo, la española!), promete no volver a comportarse del mismo modo (propósito de enmienda), es consciente de la nacionalidad española que engloba a los catalanes, muestra su arrepentimiento y anuncia que el procés, tal como fue diseñado, fue una especie de tocomocho para “llamar la atención sobre la situación de Catalunya para lograr un mejor ajuste dentro del Estado español”. Sin embargo, la señora Forcadell venía de la ANC, no era una mujer militante de ningún partido político, era una agente social, una agitadora reconvertida en organizadora, por eso ha ocurrido lo lógico en estos casos, que organizar (poner orden) y agitar son labores incompatibles.

El próximo acontecimiento solemne tendrá lugar el 21 de diciembre, cuando se elija al futuro president, que habrá de gobernar Catalunya en el futuro, con una misión urgentísima: cerrar las heridas abiertas, reconstruir la convivencia malherida por las insurrecciones gratuitas que han provocado más sufrimientos que alegrías, salvo a Puigdemont, que se divierte paseando por la Grand Place de Bruselas y de vez en cuando contemplando la imagen del muchacho de piedra que, con rostro de satisfacción, orina en presencia de los turistas y paseantes de la más variada condición.

El proceso electoral ya está abierto. El tiempo preelectoral ha aclarado algunos asuntos, sobre todo ha dejado claro que lo que se dilucidará va a ser quién ostente el poder a partir del día señalado. Los escarceos que han tenido lugar en los prolegómenos que hemos vivido no pueden ser más esclarecedores. Me van a permitir que enumere, sucintamente, los apuntes detallados de cuanto ha venido sucediendo realmente:

Rajoy ha encontrado, para apoyar la candidatura del candidato del PP, Albiol, un espacio de tiempo que nunca encontró para acudir a Catalunya para ayudar en la resolución del desastre que ha dado lugar a estas elecciones tras la aplicación del artículo 155.

Oriol Junqueras prefiere un president de ERC que forzar al independentismo a presentarse en un bloque del que ellos no fueran cabeza de lista.

Puigdemont ha tomado gusto al sillón y se ha sublevado a todos a pesar de haber mostrado su cobardía con creces.

Los chicos y chicas de la CUP se declaran “antisistemas dentro del sistema” (afirmación contradictoria).

Ada Colau depura su conciencia desde la insensatez: rompe su gobierno, achacándole al PSOE su acuerdo con el gobierno estatal en la aplicación del 155, pero se condena a acordar su gobierno catalán con la antigua Convergencia, que es el partido más corrupto de España junto al PP. (Vende consejos que no se aplica a sí mismo).

Todo esto forma parte del epílogo del procés. Me dirán que no he nombrado al PSC, achacándome un trato de favor hacia él, dada mi militancia socialista. Bien, lo acepto, pero creo que nadie debe negarme que el comportamiento de Miquel Iceta ha sido el apropiado. Caben las sombras, pero no los espacios negros. Es verdad que un pequeño ramillete de alcaldes socialistas han mostrado su contrariedad y han abandonado sus compromisos, por la aplicación del 155, pero también cabe afirmar que han sido excepciones que confirman la idoneidad de la regla. Y cabe, para los más puristas, objetar el acuerdo con la antigua Unió, de inclinación conservadora, pero no cabe ninguna duda de que los comicios del 21-D exigen excepciones y esfuerzos.

“Eso es todo, amigos” (Bugs Bunny, Porky).