TANTO el operativo que se puso en funcionamiento para abatir y detener a los autores como las muestras de condolencia llegadas desde todos los lados forman parte del atentado. Aún hoy, las discusiones públicas que están teniendo lugar, relativas al comportamiento de unos y de otros, forman parte del atentado como efectos colaterales. Y por fin el comportamiento de los líderes políticos, de uno u otro signo, también se ha visto impregnado de hipersensibilidad, que en un asunto tan delicado como este resulta más dañina que la insensibilidad. Desgranar estos ingredientes constituye un ejercicio casi diabólico, porque en cada apartado juegan una serie de elementos que se entrecruzan con el llamado “conflicto catalán” en el que “los independentistas” se han hecho fuertes intentando dar a entender que ellos solos se bastan y sobran y que la ayuda del Estado al que pertenecen, aun siendo positiva, no resulta imprescindible ni trascendental. Resulta, pues, difícil hacer congraciarse a tantos elementos casi contradictorios.
Examinemos lo acontecido con detalle. Circula en las redes sociales una fotografía compuesta por tres franjas diferenciadas con ánimo de que cada cual establezca las oportunas comparaciones. Las tres franjas corresponden a las fotos panorámicas de las manifestaciones de repulsa posteriores a otros atentados yihadistas. Pues bien, en las correspondientes a París y Londres, que son las que aparecen, solo se ven personas con rostros preocupados y circunspectos, mientras en la de Barcelona hay una profusión de banderas independentistas catalanas y en algunas zonas de la manifestación, banderas españolas que pretenden contrarrestar a las catalanas. La imagen es, por tanto, dolorosa. En cualquier caso, constituye la segunda parte de un debate gratuito y mezquino que provocaron los independentistas para relegar al rey y a las autoridades españolas a un segundo término. El hecho de relegar al rey y al presidente del Gobierno resulta miserable cuando lo que se debatía era la muestra de dolor y la preocupación por un atentado que mató e hirió a un centenar de personas.
Todo debió ser programado con una meticulosidad remilgosa y puntillosa para no herir flagrantemente las sensibilidades. ¿Sensibilidades? Nada hay más insensible que imponer condiciones miserables a un dispositivo de urgencia o a una manifestación de dolor, que repercuten tan negativamente en la imprescindible concienciación ante el terrorismo en cualquiera de sus formas.
Que al llamado Pacto Antiterrorista que está vigente en España aún no se hayan incorporado partidos como Podemos (de ámbito estatal), o el PNV (que tiene articulado un pacto presupuestario con el partido que gobierna en España) resulta absurdo, máxime ante un terrorismo tan indeterminado e indiscriminado como el yihadista que no reivindica nada en concreto. Quienes rehúyen la firma del pacto deberían tener en cuenta que no hay terrorismo más terrorífico (valga la redundancia) que este que mata sin discriminación ninguna. Es verdad que ambos han acudido a la reunión antiterrorista previa a la manifestación junto a los firmantes del pacto, pero sus reticencias ante la adhesión al pacto resultan algo fatuas. En buena medida han contradicho, o al menos ridiculizado, el eslogan utilizado (No tinc por, No tengo miedo). Si no tienen miedo, ¿a qué viene esa huida del foco en que debe diseñarse la respuesta colectiva?
Lo cierto es que un compromiso solidario en contra del terrorismo yihadista ha dado pie a una disputa de vecinos incapaces de asumir que la vecindad, a pesar de ser una cualidad tan circunstancial, debe llevar aparejada una preocupación que ayude y preserve la vida de los más cercanos, al menos. Pero ha resultado que la lucha de los independentistas catalanes para dejar de ser españoles ha primado sobre la eficacia en la lucha antiterrorista, que debía haber convocado a la Guardia Civil y a la Policía Nacional (incluso a las instituciones de seguridad europeas) a participar en los dispositivos. Al parecer, no se hizo en la medida suficiente, y aunque no se pueden arriesgar juicios en torno a los resultados mejores o peores de la lucha, cabe afirmar que los ciudadanos tendrán mucho menos miedo si saben que las fuerzas de seguridad coinciden en sus fines, en sus estrategias y en sus dispositivos. Hay quien cree que los Mossos d’Esquadra se bastan para mantener el orden en Cataluña, pero la situación era de clara excepcionalidad y todos los efectivos policiales eran pocos ante la brutalidad del ataque y la complejidad del entramado.
El comportamiento del estamento político e institucional ha sido cuidado por cada cual conforme a intereses de diferente tipo y alcance. Los llamados, de forma irremisible, eran los responsables del Gobierno catalán y del Gobierno español, pero por extensión cualquier responsable de los gobiernos autonómicos o los líderes de los partidos políticos en las diferentes nacionalidades también se sintieron llamados. Y allí estuvieron unos y otros, probablemente con unas u otras intenciones. En este apartado no caben las conclusiones precisas porque las conciencias dirimen la solución a sus dudas en la intimidad, sirviéndose de creencias y de criterios imbricados en el paisaje de todos los días. No se puede decir que el protocolo no funcionó porque cada cual ocupó el lugar que tenía asignado, pero la asignación de los lugares obedeció más a la improvisación que a los designios del libro de protocolo oficial.
La cesión de la cabeza de la manifestación a los cuerpos y oficios que tuvieron un papel importante en la atención a los ciudadanos (guardias, sanitarios, bomberos, voluntarios, etc?) fue improvisado solo con una finalidad: relegar a un segundo término a los jefes de Estado y de Gobierno de España. No deben llamarse a engaño los profesionales (intachables en su entrega y vocación), aunque su comportamiento haya sido ejemplar, porque los líderes políticos e institucionales nunca rinden su presencia a la de otros inferiores en el escalafón. Un cargo institucional, un líder político, no cede una foto salvo por un fin superiorísimo y si lo hace suele ser porque sabe que los fotógrafos irán a buscarle para hacerse con su imagen aunque llegara a esconderse o a disfrazarse. La otra razón, igualmente esgrimida para justificar el orden extraño de la manifestación, que fue tan peregrina como el hecho de atender el ultimátum de la CUP, solo fue una disculpa más.
Y, por fin, la gran masa, los ciudadanos, los catalanes, eso que las fuerzas políticas emergentes e innovadoras llaman “la gente”. Ahí sí, en ese bloque informe de personas habían arraigado la solidaridad por los asesinados, la preocupación ante cuanto pudiera ocurrir en el futuro y el miedo? ¡Sí, el miedo! ¿Por qué no admitir que el brutal atentado provocó muertes para, a la vez, provocar miedo a los que se salvaron del ataque? ¿Por qué no aceptar que el terrorismo, cualquier acto terrorista, tiene por objeto “infundir terror mediante la ejecución de actos de violencia”? Y si se infunde “terror”, ¿no es acaso el “terror” un miedo especialmente intenso? Por tanto, unas son las palabras y los eslóganes y otra es la realidad que nos acogota y nos agobia. Hubo otros eslóganes que fueron enarbolados a título particular (No a la Islamofobia, La Millor Reposta: LA PAU, Mariano, Volem Pau, No Vendre Armes, etc?), pero en aquella masa informe hablaban los semblantes y gritaban los silencios y mostraban su pena las lágrimas que apenas asomaban en los párpados eran retiradas por sus dueños porque, ante la barbarie, a nosotros se nos pedía vocear y demostrar que “no teníamos miedo”, como si el miedo no fuera una sensación humana inalienable de los bárbaros riesgos que, como humanos, nos amenazan.
¡Oh, la “gente”! Sumidos, cada cual en su reflexión, entonaron el eslogan (No Tinc Por) alentados por algún bocarrana debidamente adiestrado para aleccionarles. Mientras veía las retransmisiones recordé aquel estribillo de tiempos de mi niñez: “¡Viva la gente!, la hay donde quiera que vas./ ¡Viva la gente!, es lo que nos gusta más./ Con más gente, a favor de gente, en cada pueblo y nación,/ habría menos gente difícil y más gente con corazón”. Esto se cantaba en el mundo hace casi cincuenta años en nombre de la “gente”. Hoy a la “gente” se la convoca para que alardee de no tener miedo, pero cuando cada cual responde de sí mismo sabe que el miedo nos tiene secuestrados.
¡Barcelona, Nunca Más! ¡Escuchad asesinos!