LOS turistas somos una clase maltratada. Deseados por la pasta que dejamos, pero odiados porque molestamos. Vamos a casa de otros sin pedir permiso. Es que, a ver, hay que entenderlo: la ciudad (o la playa) es suya. Solo suya. Parece que, además, somos masa, porque “masificamos” los lugares a los que vamos. Precarizamos. No sé, igual se toman medidas contra el turismo salvaje ese y ya no podré volver a subir a la Torre Eiffel, contemplar la Acrópolis, penetrar en el Coliseo, pasear por la Rambla... Alguien decidirá adónde puedo ir, porqué y cómo. Qué inquietante.