Al igual que resulta difícil poner una fecha exacta al nacimiento de ETA, ya que este tuvo lugar en un proceso de progresiva radicalización de un grupo de jóvenes a finales de los años 50 y principios de los 60 del pasado siglo, también es tarea estéril intentar determinar en qué momento comenzó el principio del fin de este grupo armado, hasta el punto de que aunque ya los ciudadanos vascos hablan en pasado de su triste existencia, aún la organización no ha anunciado de forma oficial su disolución. Pero lo que sí se puede afirmar es que uno de los hitos que marcó de forma determinante el inicio de la fase terminal de ETA fue el secuestro, mañana hará veinte años, y posterior asesinato a sangre fría del concejal del Partido Popular en Ermua Miguel Ángel Blanco. Más allá de las actuaciones policiales, judiciales y políticas que durante décadas se pusieron en práctica para acabar con ETA, si algo ha propiciado el final de la violencia protagonizada por esa organización, esto ha sido el cada vez más explícito, amplio y contundente rechazo que la sociedad vasca ha ido manifestando hacia el terrorismo. Y si se puede hablar de saltos cualitativos en esa dinámica de rechazo social, sin duda el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco se halla entre los episodios más relevantes. Cualquier asesinato es cruel y condenable, pero la secuencia de hechos a la que ETA sometió al joven edil del PP en Ermua y, con él, a toda la sociedad vasca, alcanzó un nivel de iniquidad y sadismo que en muy pocas ocasiones, si hubo alguna, se había vivido hasta entonces. Los vascos salieron a la calle, primero para exigir a ETA que liberara al edil y que no cumpliera su macabra amenaza, y luego, una vez consumada la repudiable sentencia, para mostrar el asco que sentían hacia los autores de tal vileza y hacia quienes justificaban la misma. Algo se rompió en el seno de la sociedad vasca aquellos días, y algo se rompió también, aunque hasta la fecha nadie de ese entorno ha tenido la valentía de reconocerlo abiertamente, en las entrañas del movimiento político que sustentaba a ETA. Luego vendrían más asesinatos y más dolor para los vascos, con otros episodios que supusieron también sucesivas puntillas que ese mundo infligía a la sociedad y se autoinfligía a sí mismo, pero el asesinato de Blanco marcó uno de esos antes y después que construyen la Historia. En este caso, la triste historia de ETA.
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