HOY es 9 de mayo, el Día de Europa. Europa siempre ha significado para los vascos situarnos en el umbral de transformaciones de todo tipo, retos, nuevos horizontes y posibilidades que suponen tanto eventuales oportunidades como potenciales replanteamientos tácticos para un nacionalismo como el vasco que se esfuerza en preservar y en desarrollar una identidad y una nación vasca abierta, dinámica y acorde a la evolución de los tiempos. La historia de Europa es la de las culturas y de las tradiciones de sus naciones, de la huella y de la vocación de sus pueblos, grandes y pequeños, sometidos y sometedores, suma de aciertos y errores, de gloriosas páginas pero también de vergonzantes y oscuros nubarrones. Suma de anhelos y frustraciones, lenguas diversas, reflejo de conflictos, constatación de la existencia de naciones y pueblos sin estado y de estados que perdiendo soberanía generan comunidad. Comunidad formada por múltiples relaciones y comunicaciones, solidarios encuentros y desencuentros colectivos, fracasos de convivencia y lazos vecinales. Argamasa del pasado, del presente y del futuro, del debe y del haber, de proyectos, culturas grandes y pequeñas, poderosas y humildes.

Proyecto de construcción lenta no exenta de obstáculos a los que ya se refería en esos términos Robert Schumann, uno de los Padres de Europa: “Europa no surgirá en un día. Nada permanente puede crearse sin esfuerzo. Lo importante es, en todo caso, que la idea de Europa, el espíritu de solidaridad comunitaria que responde a los anhelos íntimos de los pueblos, pondrá al descubierto todas las bases comunes de nuestra cultura y creará, con el tiempo, un vínculo igual al que mantiene unidas a las patrias. Será la fuerza que venza todos los obstáculos”.

Europa ha sido solar, testigo, concierto y conflicto y, de serlo, lo será como consecuencia del diálogo, hija del respeto y la tolerancia, producto de la igualdad y fraternidad entre pueblos, culturas, historias. Y entre ellos, el de una Euskadi compleja, de cultura e identidad propias acuñadas en el transcurso de larga y azarosa historia. Una Euskadi, por cierto, en la que hasta el 1 de enero de 1993, año del tratado de Maastricht, los vascos vivíamos divididos por una frontera que hoy empieza a ser algo inexistente entre Iparralde y Hegoalde, la potencialidad de la Eurorregión Nueva Aquitania-Euskadi lo confirma, máxime con la incorporación de Navarra.

Hablando de Navarra, así se manifestaba al respecto Manuel de Irujo en un periódico en 1931: “El Pueblo Vasco pide un puesto como nación en el banquete de los Pueblos libres de Europa (?) Declaro y afirmo que soy navarro de nacimiento y de corazón y, por lo tanto, vasco como los guipuzcoanos, los alaveses, bizkainos, laburdinos y zuberoanos. Declaro que mi patria chica es Nabarra, llamada antiguamente Vasconia, uno de los estados libres del País Vasco o Euskadi, y esta es la verdadera y única Patria de los vascos. Declaro así mismo como vasco progresista de Nabarra que aspiro a que mi patria se adhiera a la unión de Estados Confederados de Europa”.

Respeto, interés y valor a todas las culturas y lenguas, legitimidad de diferentes referentes simbólicos e interdependencias libremente aceptadas. Una Europa en la que ciudadanos de todo color, raza, origen, lengua o creencia religiosa tengan trabajo digno, continente acogedor y solidario, ejemplo de Derechos Humanos y espejo del respeto.

¿Es una utopía factible y realizable a futuro? Así se manifestaba el político socialdemócrata sueco y ex primer ministro, Olof Palme: “¿Podemos vivir sin utopías? No, no podemos vivir sin utopías ni sueños que se originan por la insatisfacción con lo establecido. Ahora bien, debemos basarnos en la realidad. El cambio ha de estar precedido de un estudio serio de la misma. Un diálogo continuo entre realidad y sueños, una dialéctica permanente entre idea y hecho práctico, da sentido a la política. Pero si dejamos de ser soñadores, nuestra ética e ideología desaparecerán”. Una Europa, pues, beligerante ante la injusticia, capaz de tejer un tapiz en el que los fragmentos compartan el conjunto.

El futuro pasa por un horizonte europeo integrador y armonioso de la diversidad, un horizonte solidario con las diferentes culturas y lenguas entendidas como instrumentos de convivencia. Así, el mismo Koldo Mitxelena afirmaba que “el euskera y la cultura vasca no son, ni pueden ser, islas. Si perviven, lo harán en Europa. Lo que se hace en casa no puede permanecer constreñido entre cuatro paredes”. “O creamos para todos o no creamos para nadie”, afirmaba Mitxelena con las miras de su vasquidad puestas siempre en Europa. Y continuaba: “A mí al menos me resulta imposible albergar dudas respecto a Europa, dado que tengo mis raíces en ella. Querámoslo o no, la cultura europea, amasada a partir de ingredientes tanto propios como foráneos, nos es propia de todos nosotros, no solo de mí. Nuestra especifidad no es más que una fina epidermis que confiere un cierto aroma y color especial al cuerpo de la europeidad”.

La plena compatibilidad de la reivindicación de la nación vasca y la universalidad era ya subrayada por el PNV desde antes de la Guerra del 36, ya desde entonces se era consciente de la importancia de utilizar las plataformas internacionales como caja de resonancia de las reivindicaciones nacionales vascas, siempre con la esperanza de contribuir a la conformación en Europa de una conciencia que posibilitase a futuro “ir amoldando la organización política de los estados al hecho natural de las naciones y pueblos y al respeto de todos los derechos inherentes a las distintas personalidades de los pueblos?(?) la apuesta de los vascos, la afirmación y la proyección política de Euskadi como nación de los siete territorios vascos, depende fundamentalmente de nosotros mismos, de que sepamos circular por los raíles de un tren que lleva un proyecto en construcción en busca de un destino llamado Europa”.

Nuestra apuesta como vascos pasa por Europa, por harto difícil, complicado y descorazonador que sea. Termino, como he comenzado, con palabras del lehendakari Iñigo Urkullu con motivo del 60 aniversario del Tratado de Roma reivindicando “una Europa que devuelva la confianza a la ciudadanía en la acción política y en las instituciones (? ) Es el momento de la participación y la soberanía compartida en una Europa integrada en su diversidad (? ) representamos a una sociedad que aspira a tener lugar y voz propia en el concierto de la naciones en Europa”. Aunque, antes, otro lehendakari, José Antonio Aguirre, ya se pronunció sobre el viejo continente, al que soñaba con larga mirada: “Europa quizá sea de los estados, pero no se podrá construir a espaldas de la diversidad pluricultural de sus pueblos”. Un lehendakari que entendía Europa (como la entendían también Irujo, Landáburu, Rezola, Galíndez y otros) y como lo hace el actual: un solar concertado de identidades y pertenencias múltiples y de dependencias y soberanías complejas.

Dos lehendakaris, Aguirre y Urkullu, implicados en el diálogo, el respeto, la tolerancia, la igualdad, la fraternidad y la diversidad, implicados con Europa.