Los insustanciales son los que se emocionan con las peticiones de mano, bodas, separaciones, infidelidades..., sean de artistas, de deportistas, de sangre azul o los que nos parece una parte de la vida alterada, para unos pocos y que no merece nuestra atención.
Al vulgo se le estimula con vulgaridades. No hay que razonar, ni siquiera intentar educar, hay que fomentar lo que el pueblo quiere, vidas privadas, héroes de barro. Se utiliza el morbo y el cotilleo; quizás sea una forma de alineación y de consuelo. Ver a esa persona que es más infeliz que yo, y a esa otra que es mucho más cretina. El cotilleo rastrero es una condena, una especie de pequeño infierno humano, y una gran pobreza aunque nos entretenga. Estamos enriqueciendo el mundo de los insustanciales, de la simpleza, llevada al gran pedestal.
Alejandro Barrajón, dice: “El drama de nuestro tiempo tal vez sea este: mirar sin ver, pasar sin quedarse, caminar sin avanzar, oír sin escuchar, quedarnos atrapados en la telaraña de lo superficial, en la cáscara de las cosa, sin llegar al centro donde está lo más fructífero de la semilla”.
Pienso, que la insustancialidad es lo más usual de la nuestra cotidiana vida, quizá por eso se le puede considerar lo más normal. Aunque a otros no nos importa estar en la cotidiana anormalidad.
Pero la gran diferencia está entre los insustanciales y los demás están en que los primeros son más y apabullan a la minoría que, estoicamente, tiene que soportar las desinformaciones televisivas y de otros medios de comunicación.
José Luis Latasa Loizaga Bilbao