LA conmoción del bombardeo de Gernika sobre su población civil no ha dejado mucho espacio para conocer lo ocurrido tras esta infausta fecha del 26 de abril de 1937, de la que mañana se cumplen ochenta años. Que sirvan estas líneas como homenaje al jesuita Jesús Arana Urkiola, la persona delegada por la llamada Comisión Gernika que intentó por todos los medios posibles lograr un gesto de paz y reconciliación oficial de Alemania. Merece la pena recordar su esfuerzo solo parcialmente recompensado después de disolverse la citada comisión cuando el Centro de Investigación por la Paz Gernika Gogoratuz continuó el trabajo de Arana hasta culminar con el gesto oficial del presidente de la República Federal de Alemania, Román Herzog, de manos de su embajador en Madrid (1997). Un reconocimiento del bombardeo con mensaje reconciliador incluido.

Todo arranca con el empeño que puso el lehendakari Aguirre desde el exilio para conseguir que la destrucción de Gernika fuera incluida como uno de los crímenes de guerra ante el tribunal de Nüremberg. Fue inútil. Los aliados decidieron que solo serían juzgados en el citado tribunal los crímenes perpetrados durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora, de lo que se trataba era de impulsar un proyecto con Alemania que lograse un acuerdo escrito de amistad en Gernika como signo de reconocimiento y de reconciliación ya que desde el punto de vista del Derecho Internacional la reparación como tal no tenía aplicación en nuestro caso; Alemania no estaba ligada por ninguna obligación jurídica en el tema de las indemnizaciones.

Estamos en 1979. Garaikoetxea, recién elegido lehendakari, es informado del asunto y se forma una comisión formada por los partidos políticos representados en el Ayuntamiento de Gernika y unas cuantas personalidades vascas: Eduardo Chillida, Martín de Ugalde, José Miguel de Barandiaran, Alberto Onaindia; Aintzane Aguirre, hija del primer lehendakari; Joseba Elosegi, María Pilar Beobide, Nicanor Zabaleta, entre otros, incluido un observador del Gobierno vasco, además del citado religioso Jesús Arana. Lo que se iba a solicitar, en suma, era que el pueblo alemán, a través de sus representantes legítimos, diera “alguna prueba de amistad y generosidad. De esta manera contribuiría a extraer esa espina clavada en el alma vasca, que constituye el bombardeo de Gernika”.

Todo había empezado en 1977 aunque la comisión arrancara oficialmente dos años después... hasta su disolución en contra del criterio de algunos de sus miembros y el cese de J. Bilbao (1988). En todo este tiempo, se produce una febril actividad a todos los niveles con Arana como punta de lanza. Con la parte alemana tuvo múltiples contactos y entrevistas: con el vicecónsul en San Sebastián, con partidos políticos, sindicatos, fundaciones y federaciones varias, medios de comunicación, representes de la iglesia, alcaldes, cónsul general de Alemania en Bilbao, ministros, parlamentarios, personalidades como Konrad Adenauer o Helmut Schmidt... A nivel español, contacta con importantes cargos tanto de UCD como del PSOE (incluido Felipe González), con el presidente de la Conferencia Episcopal, Suquía, el nuncio Laboa o la Casa Real (que no se digna a responder), con resultados contradictorios y, en cualquier caso, insuficientes. En Euskadi contacta con todos los que son alguien en la sociedad vasca, recibiendo apoyos y decepciones por igual; a destacar el apoyo de la jerarquía eclesiástica vasca, los de Dunixi Abaitua, Jesús María de Leizaola, Ramón Rubial o Enrique Múgica, aunque a nivel de partidos hubo de todo en todos.

Como dice Arana, lo que se buscaba era una señal de la deuda moral más que un resarcimiento que contemplaba la financiación de unas obras para que Gernika fuese la capitalidad de la democracia vasca, la construcción de un hospital que reemplazaría al que el bombardeo destruyó con numerosas víctimas entre los pacientes, la creación de un Instituto de Cultura e Investigación vasco para reparar el daño sufrido por nuestra lengua y cultura así como becas de estudios para jóvenes vascos y alemanes; intercambio este con el objetivo de “fomentar la comprensión y la amistad mutua”. Algo tangible, en fin, como prueba de una reconciliación sincera. Lo cierto es que Arana, comisionado por la comisión, comenzó un intenso periplo a todos los niveles tanto en Alemania como en instancias varias oficiales españolas y vascas. Pero se iba a encontrar con la realidad: el bombardeo de Gernika era visto por Alemania como un daño colateral ocurrido lejos de sus fronteras en un pasado remoto que muchos ni recuerdan ni quieren hacer memoria y del que además no se sienten especialmente culpables. La prensa alemana llegó a tratar la aniquilación de la villa foral como un crimen de los bolcheviques y no pocos historiadores de Alemania sostenían que no fueron alemanes quienes bombardearon Gernika.

En Madrid, seguían con cautela sus peripecias en nombre de la Comisión Gernika y en ocasiones con recelo; en Euskadi tampoco fue comprendida su labor como se merecía, sufriendo incomprensiones difíciles de entender con un hombre íntegro y capaz que solo buscó intensamente nuestra dignidad como pueblo.

No salió adelante la celebración del Congreso de Ciudades Mártires a celebrarse en Gernika; muchas ciudades bombardeadas ni contestaron. Tampoco ayudaba el hecho de que otras poblaciones civiles alemanas fueran bombardeadas por los aliados “fuera de la guerra”, lo que dificultaba el reconocimiento público a la villa foral para evitar el efecto dominó y que se visualizaran determinadas masacres aéreas de los aliados.

Arana creía que aún quedaba la posibilidad de enfocar el bombardeo más allá del marco exclusivamente vasco. En 1987, parlamentarios verdes, con Petra Kelly a la cabeza, visitan Gernika, interponen una interpelación parlamentaria y logran que se produzcan dos debates en el Bundestag para reactivar un Centro de encuentros para la paz y la reconciliación en Gernika. Todo se quedó en un mero acto de hermanamiento dos años después entre la ciudad de Pforzheim y la villa de Gernika, con escasa repercusión en la prensa germana y muy lejos del gesto de reconciliación entre Alemania y el País Vasco que era el objetivo inicial de la Comisión. El esfuerzo formidable de Jesús Arana no tuvo la recompensa deseada.

Hubo que esperar cincuenta años desde el bombardeo (1997), veinte desde que se iniciaran aquellos trabajos de la comisión, para que se produjera la primera Iniciativa Contra el Olvido de la sociedad alemana exigiendo el reconocimiento de la culpabilidad y responsabilidad alemanas “más allá de gestos de caridad”. Y para que pocos días después, una delegación oficial alemana se presentara en Gernika con el embajador de España al frente para entregar una carta de reconocimiento y reconciliación firmada por el presidente de la República alemana. Hecho este que supone, de rebote, un reconocimiento al jesuita Arana. Ante el 80º aniversario de aquel bombardeo durante tres escalofriantes horas y media, no es inteligente olvidarnos de quien ha sido uno de nuestros mejores embajadores.