RARO es el divorcio que no conlleva una sensación de frustración, de sueño roto. La ruptura podrá ser más o menos civilizada, se podrá mantener una relación correcta entre los excónyuges, pero un divorcio difícilmente es un momento feliz, ni siquiera para quienes deciden iniciar la ruptura porque otra persona les atrae más que su pareja actual.
El divorcio del Reino Unido de la Unión Europea es, fundamentalmente, una noticia triste. El sueño de una Europa unida hace aguas desde hace tiempo, pero creíamos, como muchos matrimonios con problemas, que la crisis sería pasajera y que el agua volvería a su cauce algún día.
Las condiciones de Reino Unido como socio de la Unión cada vez eran más especiales, un traje a medida que le permitía estar cada vez menos implicado en la construcción europea. No es que durmiese en cama separada, es que lo hacía en otra habitación. Ahora ha decidido abandonar la casa común. En 1984, Margaret Thatcher logró que el resto de socios comunitarios compensasen económicamente a su país por beneficiarse menos de la Política Agraria Común que la mayoría de los estados miembro, estableciéndose el denominado cheque británico, una devolución parcial de su contribución, renegociado posteriormente en varias ocasiones para que, en definitiva, la segunda economía de la región aportase menos recursos de los que teóricamente le correspondería, a costa de los demás. Reino Unido, socio privilegiado por su escepticismo, tampoco se incorporó en su día al espacio Schengen y, off course, no asumieron como moneda propia el euro, manteniendo la libra así como la independencia del Banco de Inglaterra. Y así habían seguido, acumulando excepciones, muchas, demasiadas, dentro de esta participación a la carta. Sin duda, los británicos eran los menos integrados en Europa, pero nadie les presionaba procurando que no marcharan. Y ni aun así han aceptado quedarse.
La decisión, en parte previsible por la casi estructural desafección británica, debe enmarcarse, no obstante, en la creciente irracionalidad que inunda la política mundial. El Brexit no es ajeno a la elección de Trump ni al auge de los populismos de todo signo. Todos los partidos clásicos británicos defendieron la permanencia, pero los votantes les dieron sorpresivamente la espalda. El mundo está votando soluciones aparentemente sencillas para problemas complejos: no a la inmigración para, supuestamente, reducir el coste del estado del bienestar; no a la globalización para evitar la deslocalización industrial y, por tanto, incrementar el empleo local; no a la diferencia, sí al egoísmo, sí al cierre de fronteras y, sobre todo, sí al miedo. El mundo tiene miedo y reacciona de manera no siempre racional. Este comportamiento, bastante extendido, no deja de ser una etapa más de la crisis que arrastramos desde 2007. Primero fue financiera, luego económica, luego del estado del bienestar, después social y ahora parece ser de valores y, sobre todo, de confianza. Es relativamente sencillo movilizar al electorado usando sus pasiones y sus miedos. Pero este comportamiento no es nuevo, cada vez que la humanidad ha caído en esta espiral ha acabado mal, muy mal. A la crisis financiera de 1929 le siguió una crisis económica muy profunda; luego las caídas del comercio internacional que fomentaron el auge del populismo? y cosas aún peores porque los totalitarismos de los años 30 accedieron al poder de manera democrática y fueron esos totalitarismos los que llevaron al mundo a la Segunda Guerra Mundial. Confiemos en que esta vez sea diferente, que seamos capaces de salir del círculo, aunque ya sabemos que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.
En todo caso, ya no sirve mirar atrás, sino hacia delante. ¿Qué nos traerá el Brexit a nosotros y qué a los británicos? A nosotros, una Unión Europea más pequeña y más débil, 65 millones de habitantes menos, perderemos a la segunda potencia económica y a varias de las regiones más ricas de la Unión. Pero también perderemos la sociedad más diversa y singular de Europa, universidades de enorme prestigio, el país que cuenta con más premios Nobel (más de cien), con tradiciones únicas, que tiene una silla permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que es el puente natural con Estados Unidos y, también, con los países que antaño fueron sus colonias,? y sobre todo perderemos credibilidad porque el proyecto de la Unión quedará gravemente herido, difuminado entre una larga lista de países cada vez menos parecidos entre sí. Cada vez habrá más países en la Unión, pero la cantidad no justifica la pérdida de calidad. Puede que haya dos velocidades y que España sea ahora más importante, pero seguro que el futuro será menos ambicioso. El futuro próximo se centrará más en conservar lo que hay ahora que en avanzar en la integración.
Pero Reino Unido también perderá, y mucho. Perderá un contrapeso, ahora quedarán solo ellos, y habrá que ver cómo se enfrentan a sus fantasmas, que los tienen y grandes. Crecerán las desigualdades y aunque tendrán menos emigrantes europeos tendrán más de sus excolonias y, sobre todo, Londres seguirá siendo colonizado por ultrarricos chinos, árabes y rusos que harán que Londres deje de ser Londres mucho antes de lo que pensamos. La City perderá algo de su atractivo y crecerán más aún las diferencias entre el Londres cosmopolita y las zonas rurales, cada vez más provincianas. Puede que Escocia se independice y habrá que estar atento a lo que ocurra entre las Irlandas, separadas más aún. El futuro estatus de Gibraltar, aunque cercano, no deja de ser una anécdota que revela que nadie ha pensado en los detalles del día después. Y hay muchísimos detalles ni siquiera identificados.
Como en la mayoría de los divorcios, es más que probable que se trate de cuidar a los niños. Aquí estos niños son los residentes de la Unión en Reino Unido y los de Reino Unido en la Unión. Si bien no son muy probables grandes facilidades para el comercio o los movimientos de capitales futuros, sí que parece sensato que quienes vivan en lo que mañana ya no será territorio común no padezcan excesivos problemas. Probablemente se alcancen acuerdos para dar servicio médico a los jubilados que colonizan, positivamente, las costas del Mediterráneo en invierno y también para que los europeos que ya tienen un trabajo en el Reino Unido puedan seguir allí solo con un par de trámites. Pero todo está por negociar y hay que ver quién se queda con la casa de la ciudad y quién con la de la playa y qué ocurre con las joyas de la abuela, es decir, cuáles serán los términos económicos del acuerdo de ruptura que, desde luego, no serán sencillos, como no lo son en la gran mayoría de divorcios.
Han comenzado dos años de negociaciones que seguro tendrán altibajos, pero también habrá que estar muy atento al entorno general. No es lo mismo una negociación con una Unión Europea fuerte que debilitada por dudas en varios países, ni una separación en un mundo calmado que lleno de turbulencias geopolíticas. Unión Europea, Zona Euro, OTAN? hasta la UEFA deberán redefinirse. Todos ellos son espacios diferentes pero conectados y tras el Brexit todos ellos serán diferentes. Reino Unido es una gran potencia que no podremos reemplazar, pero estaremos con un ojo en Corea del Norte y en China y en Siria? y ¡en Francia! Porque con ser importantes el Brexit y sus consecuencias, la pregunta más relevante es con qué nos vamos a encontrar ahora. ¿Seguirán otros países a Reino Unido? ¿Veremos el final del euro? ¿Gobernarán opciones populistas en la mayoría de los países avanzados? ¿Volveremos a vivir una guerra fría? ¿Contra Rusia? ¿Contra China? ¿Qué papel global jugará una China reforzada? ¿Cómo influirá el yihadismo en la estabilidad mundial?
Tenemos muchas preguntas, pero casi ninguna respuesta. Nuestros tiempos son cada vez más volátiles y más complejos. Debemos acostumbrarnos a convivir con la incerteza y con la incomodidad. Esto no ha hecho nada más que comenzar.