EL recrudecimiento de las discrepancias entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, que aún parecen más enconadas ya finalizado el plazo para el acuerdo que hubiese permitido fusionar sus respectivos proyectos político y organizativo para Podemos, y la retirada por ese motivo de Carolina Bescansa de sus cargos internos -no así de su escaño en el Congreso- a horas del comienzo del congreso de Podemos en Vistalegre, va más allá del enfrentamiento entre las dos personalidades referencia de la formación morada. En realidad, y si se debe creer a Errejón, no se trata de una disputa por la Secretaría General, a la que solo se presenta Iglesias, aunque en el fondo del debate sí se halle el control del partido. Lo que hoy contempla Podemos al mirarse en el espejo es, sin embargo, una disyuntiva habitual de las formaciones de izquierda en su adolescencia, es decir, antes de encontrar acomodo definitivo en el sistema, entre la primacía de la acción institucional que constata el asentamiento de su oferta política, la madurez si se quiere, y la de la acción militante que ha conseguido llevar al partido hasta ahí y que se resiste a diluirse en una estructura partidaria que planteará numerosos corsés. La disyuntiva, además, tiene efectos colaterales en la propia configuración interna de la formación por cuanto la apuesta por “la lucha institucional” siempre lleva implícitas, aunque no se admitan, servidumbres respecto a la composición de las estructuras y la elección y papel de los cargos orgánicos. Más crudamente, las diferencias de concepto e incluso ideológicas son mucha más llevaderas mientras no se entremezclan con la elección-designación de personas para cometidos que tienen, por decirlo de algún modo, capacidad de decisión y proyección y relevancia pública. En el caso de Podemos se añade que tampoco puede separarse del todo esa elección del modo en que se debe llevar la integración de las distintas corrientes, también de las confluencias territoriales -y los hechos diferenciales nacionales no son del todo ajenos al problema- o de la misma Izquierda Unida. Que ese dilema se haya personalizado en Iglesias y Errejón era quizá inevitable dada la personalidad y antecedentes de ambos, lo que sorprende es la visualización, permitida y consciente, de un nivel de enfrentamiento que en todo caso solo beneficia a aquello a lo que se pretende plantear oposición, sea esta encauzada desde las instituciones o desde la calle.