en muchas ocasiones no sé qué me provoca más rechazo, si el autor de un delito o quien lo encubre, jalea, comprende, justifica... Pongamos el caso de los presuntos violadores de Iruñea. Sus comentarios en WhatsApp son deplorables, pero hay una cuadrilla de palmeros que les ríen los delitos en fase de premeditación. Saber que una autoproclamada manada de lobos anda suelta abusando y violando a quien se les ponga a tiro y, lejos de reprochárselo e incluso denunciarlos, dar explícitamente por bueno su comportamiento, es situarse al mismo nivel de degeneración que ellos. Probablemente, los compañeros de fatigas de chat de los presuntos violadores serán unos profesionales responsables en sus trabajos, unos hijos respetuosos con sus madres y unos hermanos adorables para sus hermanas, unos chicos majos que salen los fines de semana con sus novias en plan formal, que saludan muy educadamente en el ascensor, dejan el asiento del autobús a la señora embarazada y ayudan a cruzar el semáforo al invidente. Sin embargo, fuera del foco social políticamente correcto, en las cloacas del grupo de amigos, de la manada, son capaces de aplaudir a quienes se jactan de violar, drogar, robar, insultar... a una chica indefensa. Estos colaboradores necesarios, cómplices de los autores directos de los crímenes, merecerían también una condena pública y penal. Pero su piel social de cordero oculta su anhelo de ser lobos como los otros, a los que admiran en el fondo y en la forma.