Está visto que así es. La política está curada de espanto, no hay quien la enmiende ni la recicle e, incluso, ni quien la entienda. Vivimos siempre con la zozobra de las noticias del día a día. En la política vale todo, lo mismo sirve para un roto que un descosido. Hete aquí aquella bronca ruda en el debate a dos de televisión de los dos grandes líderes de los partidos únicos en el arco parlamentario, pues el resto simplemente son florituras de la política. Y qué decir del debate a cuatro de los partidos políticos donde todos ganaron y ninguno perdió. Quien de verdad perdió fue el pueblo español, que estuvo retenido ante la pantalla de televisión durante dos horas largas. Ahora empiezo a entender cosas a asimilar, situaciones, elementos, lecturas, frases; empiezo a digerir algo que en momentos se nos fue presentando con unas urgencias tan grandes. Poco a poco se va haciendo luz entre tanta oscuridad y desesperación por encontrar la salida. Ahora ya tenemos los elegidos, los comensales de la política. Son variados y discuten sobre quién presidirá la mesa de este banquete. Y creo que ahí radica todo: en la prisa por encontrar el camino. Hace falta calma, sosiego, silencio, distancia no solo entre todos los demás y el líder, sino entre el líder y todos lo demás. Llegado el momento clave, Mariano Rajoy espera y se deja querer con buenas y artificiosas palabras de sus acólitos. Él calla, mudito, esperando que le hagan el coro y lo eleven a la tribuna de oradores en loor de santidad, como nuevo presidente del gobierno. Si así es, y Rajoy va a persistir por gobernar la nación española, esperemos que con su medianía de procuradores en las Cortes españolas consigamos de verdad que Euskadi y Catalunya podamos de una vez por todas salir de este calvario al que nos tienen sometidos los políticos de turno del Palacio de San Jerónimo y adquirir la libertad plena para mirar hacia el futuro con ilusión y alegría.
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